1. Cuidar la sintaxis
La forma en la que nos expresamos está determinada, en gran medida, por los períodos sintácticos que utilizamos. Por ello, lo primero a lo que hay que prestar atención es a la longitud de las oraciones. Una sintaxis compleja y enrevesada dificulta en exceso la lectura de cualquier texto. Es decir, lo ideal sería que las oraciones no estuvieran compuestas por más de dos o tres subordinadas. También es preciso prestar atención a los incisos y aposiciones de los sujetos; en muchas ocasiones, aunque pensemos que estamos dando más información —y, por tanto, ayudando al lector a comprender el texto—, en realidad estamos consiguiendo lo contrario.
2. Pensar en el lector
Cuando escribimos un correo o una carta, lo primero que pensamos es en el destinatario. Con los textos ha de ocurrir lo mismo: no es lo mismo dirigirse a un público especializado que a un público general. Por ejemplo, en este artículo me he permitido la licencia de usar el llamado «plural de modestia», con el fin de involucrar al interlocutor en las afirmaciones que pueda estar haciendo. También el pensar en el lector implica cuidar el registro; no es lo mismo redactar un artículo para una revista de videojuegos que escribir un ensayo sobre la metafísica aristotélica.
3. Vigilar la estructura externa
Cada redacción requiere un tipo de estructura externa muy diferente. Por ejemplo, un artículo de periódico tendrá mayor división de párrafos que un ensayo o tesis por razones de espacio. Por lo general, si se trata de un ensayo, lo normal sería que cada hoja estuviera compuesta por un máximo de tres párrafos. Se estima que cada párrafo ha de tener entre cien y ciento cincuenta palabras. En otro tipo de redacciones se aconseja que los párrafos sean más breves y concisos. Depende, por tanto, del soporte y del tipo de documento que se vaya a escribir.
4. Prestar atención a la estructura interna
La asociación párrafo-idea resume a la perfección lo que concierne a la estructura interna. Además, en la primera oración de cada párrafo debe quedar especificado qué es lo que se va a abordar en las líneas siguientes. Recordemos la segunda premisa: pensar en el lector. En nuestra mente puede estar perfectamente estructurado lo que queremos comunicar, pero esa idea ha de quedar plasmada en un papel y debe ser entendida de forma idéntica o similar a como la entendemos nosotros.
5. Conocer los mecanismos de coherencia y cohesión
Es importante remarcar que un texto ha de estar bien cohesionado y ser coherente. Y esto se consigue gracias a los conectores y marcadores discursivos y al uso de anáforas, catáforas y deícticos. Además, debe presentar cierta progresión temática, de tal forma que lo que se cuenta sea —como se ha mencionado— coherente. Por este motivo, en ocasiones resulta necesario echar mano de una hoja de papel y plasmar las ideas, hacer esquemas o una tormenta de ideas. De este modo, el texto se articula conforme a un esquema, de tal forma que los cimientos serán más sólidos que si damos alas a nuestra mente y dejamos que escriba por nosotros.
6. Tener unas nociones básicas de ortografía
Una buena redacción no puede tener faltas de ortografía. Aunque se piense que quien leerá el texto no se dará cuenta, lo cierto es que la ortografía es como una carta de presentación. No debemos descuidar el hecho de que la redacción, en la mayoría de ocasiones, lleva nuestro nombre. A todos se nos cuela una errata —en la mayoría de ocasiones, por no revisarlo— o tenemos lapsus calami. Pero esto no da vía libre para no prestar atención a la ortografía.
7. Revisar el texto y dejarlo «en barbecho»
Como mencionaba en el punto anterior, en muchas ocasiones olvidamos que nuestro texto contiene una errata o falta de ortografía por no revisarlo. Y no solo es que sea necesario revisarlo, sino que, si es posible, es mejor que lo haga otra persona. Por la propia inercia de haberlo escrito, podemos pasar de largo ante una de estas manchas de nuestra redacción. Además, es importante dejar reposar el texto el tiempo que sea necesario, porque puede que, pasados unos días o unas semanas, pensemos que eso que está ahí escrito podría estar mejor. Normalmente suele ocurrir así; de todas formas, si vamos con prisa, lo mejor es pedirle a alguien que lo lea para saber si hay algún error.
8. Utilizar sinónimos
Por diferentes motivos, a la hora de redactar un texto puede que nos estemos obcecando con ciertas palabras y que, sin darnos cuenta, las estemos empleando en exceso. Esto tiene fácil solución y pasa por recurrir al punto anterior; solo revisándolo y leyéndolo unos días después podremos dar cuenta de qué palabras se habían repetido. Resulta evidente que, si hablamos de las leyes de la termodinámica, las palabras ley o termodinámica aparezcan varias veces. Por este motivo, en caso de no poder sustituirlas por sinónimos, habrá que recurrir a anáforas o catáforas.
9. Leer otras redacciones
La mejor forma de aprender a escribir es leyendo. Si queremos escribir un ensayo, habrá que leer ensayos; si se trata de un artículo de periódico, lo mismo. Es decir, hay que fijarse en cuáles son los elementos que componen este tipo de documentos, pues cada uno requiere de una estructura concreta. Por ejemplo, en los trabajos de fin de grado, tesinas o tesis, es indispensable que aparezca un resumen o abstract, una introducción y una conclusión, referencias bibliográficas, etc.
10. Cuidar los elementos «ajenos» al texto
Más allá del contenido del texto también está su presentación. Un texto que aparezca sin justificar, con letra Comic Sans y todo en negrita, difícilmente resultará, a simple vista, agradable de leer. Por tanto, no todo es contenido; no hablo únicamente de la forma —de la que ya hemos hablado en el punto 3—, sino de cómo se presenta un texto. Y por ello también hay que tener en cuenta la ortotipografía, un elemento que, a menudo, suele pasarse por alto. Esto concierne, verbigracia, al uso de redondas, negritas o cursivas cuando sea necesario, a los estilos de letra, a las citas textuales o a los subíndices y superíndices.
En resumen, la redacción de cualquier texto no es una tarea sencilla. Su principal dificultad radica en las pautas que se hayan asumido a la hora de escribir o teclear. Si se asimilaran estas diez ideas que se han esbozado, los resultados serían más que decentes. Aunque en absoluto es sencillo, pues implica dedicarle mucho tiempo a una labor que, principalmente, ha de gustarnos. Tampoco es necesario devorar manuales de estilo u ortográficos para redactar —aunque, sin duda, puede ayudar sobremanera—, pero sí se necesita, sobre todo, tener cierto interés en la lengua en la que vayamos a escribir.