Se acerca el temido momento de muchos padres: las vacaciones escolares. El momento del año en que los pequeños comienzan a disfrutar del merecido descanso, después de un curso de rutinas y tareas, y da inicio el quebradero de cabeza de los progenitores: ¿Qué hacer con ellos hasta que se reúna toda la familia para el descanso estival?
Aun cuando las preocupaciones son mutuas, por supuesto, es la figura materna la que, por lo general, se ocupa de cuestiones como esta. Por este motivo y, a pesar de que este artículo va dirigido a todo tipo de lectores, se centra en las mujeres que son madres. Todavía queda un largo trecho para llegar a hablar en términos de igualdad en cuestiones de maternidad/paternidad y tareas domésticas en España. En la gran mayoría de los casos, somos las madres las que nos encargamos del encaje de bolillos que supone tener descendencia: atender a las responsabilidades del colegio, comprar, cocinar, realizar las tareas domésticas y, por si fuera poco, pensar qué hacer con los niños cuando están enfermos o no tienen colegio. Justo en ese momento estamos muchos padres estas semanas. Porque la ilusión de la conciliación real es un sueño que visualizamos pero que parece lejos de ser una realidad.
Pese a que la necesidad de conciliar comienza a estar más presente en la agenda política, este país todavía tiene un extenso camino para solucionar un problema social que afecta a la gran mayoría de las familias.
Y ¿qué es conciliar para una trabajadora autónoma, más allá de la definición del diccionario?:
- Poder seguir siendo ella misma sin la etiqueta o el estigma de que ya no podemos estar al 100 %. Obviamente, un bebé requiere todo el tiempo de su padre y su madre, pero con apoyo la mamá podrá centrarse en su tarea durante sus horas de trabajo.
- Permitirse ser egoístas y pensar en sus deseos y necesidades. Cuando una mujer se convierte en madre, se entiende socialmente que debe dejar de pensar en ella para pasar a hacerlo en su retoño. Cuando la entrega no es total, el entorno tacha automáticamente a esa mujer de mala madre. Menos mal que existen grupos como el Club de Malasmadres (comunidad emocional 3.0 de madres con mucho sueño, poco tiempo, alergia a la ñoñería y ganas de cambiar el mundo), que acoge a todas estas almas incomprendidas.
- Llevar a cabo una actividad profesional sin tener que hacer magia con sus hijos cada vez que tiene que visitar a un cliente, asistir a un evento o trabajar en el cierre de un proyecto.
- Poner en valor el significado de la crianza de un bebé y lo que supone. Con ello me refiero al reconocimiento social. Algunos jefes no entienden la idea de que un niño esté durante un período prolongado de tiempo sin dormir bien (a veces dura años) y esto haga que los padres trabajadores parezcan más unos zombis que seres vivos. En una ocasión, un padre me contó que su jefa le había preguntado si tomaba drogas porque lo veía adormilado todo el día. ¡Uno no sabe lo que es el cansancio hasta que duerme una media de tres horas diarias y de forma interrumpida durante un periodo prolongado de tiempo!
- Disfrutar de la familia sin remordimientos y trabajar sin sentirse culpable por no estar con sus hijos.
- No tener que sobrecargar a los abuelos ni tener que dejar a sus niños jornadas interminables en las escuelas infantiles o en los colegios.
- Sentir que el sistema la apoya, tanto a ella como a su unidad familiar. ¿Por qué seguimos viendo tan mal que un hombre se reduzca la jornada laboral para cuidar de sus hijos? ¿Por qué cuando un padre quiere plantear una reducción de jornada a su empresa siente que tiene encima la espada de Damocles? ¿Por qué damos por hecho que somos las madres las que debemos hacerlo? Estoy completamente segura de que a más de un padre le encantaría reducir un par de horas su jornada para poder jugar con sus hijos o llevarlos al parque.
- No tener que renunciar a nuevos proyectos profesionales ni a momento vitales ilusionantes e irrepetibles.
- Compatibilizar el trabajo con las vacaciones escolares. Si ya es difícil para una madre trabajadora por cuenta ajena, no digamos para una autónoma, que depende de su trabajo para seguir teniendo ingresos. En más de una ocasión he tenido que rechazar trabajos muy interesantes, bien por su contenido o por su remuneración, porque el tiempo de dedicación no es compatible con la época estival.
- Poder tomarse algún respiro durante el año para centrarse en sus retoños sin que esto tenga una consecuencia nefasta para su sostenibilidad económica. Sí, sé que esta es la cruda realidad en la que vivimos todos, hombres y mujeres autónomos, pero no deja de desagradarme.
Es cierto que hace cien años las mujeres no lo tenían más fácil, pues se hacían cargo ellas solas de la casa, los animales y de su generalmente extensa prole. Sin embargo, sí que contaban con una gran red de apoyo: vecinas, hermanas y otros familiares con los que compartían el día a día. Las madres más experimentadas ayudaban a las más novatas y los niños crecían juntos.
En la actualidad, la sociedad de la rapidez no deja espacio para la reflexión ni casi para las relaciones sociales, por lo que cada uno hace su camino con independencia de los que tiene a su alrededor. ¡Si hay mucha gente que ni siquiera sabe quién vive en frente! ¿Cómo vamos a pretender que nos ayuden con la llegada de un nuevo miembro a la familia?
No es de extrañar que cada vez sea menor el número de hijos por mujer (1,33, según el informe del Instituto Nacional de Estadística, España en cifras 2017). Las condiciones laborales, la cultura y la sociedad actuales lo ponen bien difícil.
Ya lo he compartido alguna vez en redes sociales: los niños son el presente y el futuro de la sociedad. Sin ellos no hay futuro. Pero para eso, es preciso que políticos, empresarios y la sociedad en general comprendan la importancia de la crianza, del acompañamiento, de lo que significa educar y de lo necesarias que son las figuras del padre y la madre para un/a niño/a. No se trata de que alguien cuide a nuestros hijos, sino de que sus padres y madres sean protagonistas activos de su crecimiento.
En este tema particular no soy muy optimista, puesto que desde que en 2015 me convertí en madre no he hecho más que descubrir lo difícil que resulta serlo en este país (donde vivo y el que conozco). Pero seguiré alzando la voz siempre que tenga la oportunidad. Porque ser madre significa sacar lo mejor de una misma (y lo peor), redescubrir el mundo, adaptarse al cambio constante y sentirse más fuerte que nunca.