«El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho» (El Quijote, 2.ª parte, cap. XXV).
Si parásemos al azar a cualquier persona de la calle y le dijésemos aquello de en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…, muy seguramente sabría identificarlo con la obra de Miguel de Cervantes. Y esto se debe a que, inevitablemente, El Quijote forma parte del imaginario colectivo de los hispanohablantes como referente cultural, como lo pueda ser Hamlet para los anglófonos o La divina comedia para los italianos. Por este motivo, cabe plantearse la pregunta que encabeza el título de este artículo: ¿debería ser obligatorio leer El Quijote en las aulas?
Esta es una cuestión que lleva suscitando cierta polémica durante algunos años y se debe, sobre todo, a las diferentes leyes educativas que ha tenido España en los últimos años. Los sectores más críticos llevan años expresando su malestar ante la marginación paulatina que sufre la enseñanza de El Quijote en las aulas. No obstante, la actual ley educativa —la LOMCE, la ley que modifica pero no deroga la LOE— incluye la lectura de una selección de capítulos de dicha obra en los currículos de Lengua castellana y literatura de 3.º de la ESO y 1.º de Bachillerato. Podría decirse, por tanto, que esta es la única disposición legal en la que se obliga a leer la obra de Cervantes en la educación obligatoria.
Ahora bien, cualquier acercamiento a esta obra debe ser muy comedido. Desde luego, no se trata de una obra fácil de leer —y de entender—, sino más bien todo lo contrario. Si la lectura de la obra no está instruida o guiada de alguna forma, se puede pensar que se trata de una obra tediosa y farragosa. Y nada más lejos de la realidad: la novela contiene pasajes que nos pueden sacar carcajadas. Aunque, obviamente, hay que situar el humor y la parodia en el contexto en que se publicó, es decir, hace más de 400 años. Aunque cualquier lector podría entender estas palabras: «sois un grandísimo bellaco […] y vos sois el vacío y el menguado, que yo estoy más lleno que jamás lo estuvo la muy hideputa puta que os parió» (Don Quijote de la Mancha, 1.ª parte, cap. LII, 2014, p. 522). Ante todo, también hay que entender la tradición literaria que recoge la propia obra, y que tiene retazos de «la novela pastoril, la picaresca, la comedia realista, la intriga amorosa cortesana, la alegoría, peregrinaciones y naufragios bizantinos, autobiografía militar» (José Antonio Pascual, 2004, p. 1131).
¿Necesaria u obligatoria?
Debido a la complejidad que supone para un joven estudiante —o para cualquier lector común— enfrentarse a esta obra, es muy común recurrir a ediciones adaptadas que, en muchos casos, simplifican o adaptan el vocabulario o eliminan las digresiones con el fin de hacer que sea una lectura mucho más ligera, pero conservando la trama y las características narrativas de dicha obra. Por ejemplo, hace apenas cuatro años, la RAE publicó una edición adaptada —llamada popular y escolar— de la mano de Arturo Pérez-Reverte. Leer una buena adaptación de dicha obra puede ser la mejor manera de iniciarse en una obra como esta, para posteriormente iniciar la lectura de la obra original con una base y un contexto que nos permitan entender aquello que estamos leyendo.
Por tanto, sería necesario —aunque no obligatorio, pues ninguna lectura debe ser obligada— una introducción a esta obra y otras tantas que configuran aquello que se ha denominado el canon occidental, y que en buena medida nos ayudan a entender no solo los tiempos pretéritos, sino también los presentes. Las aventuras de Alonso Quijano han tenido —y seguirán teniendo— múltiples lecturas: el Quijote como sujeto romántico que afirma su Yo frente a las adversidades del destino, el Quijote como la encarnación del ideal de libertad —en un pasaje de la segunda parte (cap. 58), el ingenioso hidalgo dice que «la libertad, Sancho, es uno de los más precioso dones que a los hombres dieron los cielos…»— , el Quijote como ficcionalización de la realidad, el Quijote desde un punto de vista filosófico a través de ideas como la justicia, la libertad o el amor, etc.
Palabras quijotescas
Si echamos un vistazo a nuestro vocabulario, veremos que tenemos palabras que dan buena prueba de la influencia de la obra de Cervantes en nuestra lengua; algunos ejemplos los vemos en voces como quijote ‘hombre que, como el héroe cervantino, antepone sus ideales a su conveniencia y obra de forma desinteresada y comprometida en defensa de causas que considera justas’ y sus derivados: quijotismo ‘engreimiento, orgullo’ , quijotada ‘acción propia de un quijote’, quijotesco ‘semejante a don Quijote de la Mancha, por sus acciones o por su aspecto, quijotesa ‘mujer que posee las cualidades morales de un quijote’ o quijotería ‘modo de proceder de un quijote’. Y, cómo no, también podemos encontrar alusiones a sus personajes, como atestiguan los términos dulcinea ‘mujer querida’, sanchopancesco ‘falto de idealidad, acomodaticio y socarrón’, maritornes ‘moza de servicio, ordinaria, fea y hombruna’ o rocinante ‘rocín’, ‘caballo de mala traza’.
En suma, la lectura del Quijote —ya sea en su versión original o adaptada— debería ser entendida no solamente desde un punto de vista literario, sino también como una fuente de sabiduría del que se pueden extraer profundas reflexiones. Además, también resulta interesante porque supone un acercamiento a un lugar y a un tiempo que hoy nos es ajeno, pero que refleja fielmente cómo era la sociedad de la época y los códigos que la regían. Quizá el mejor resumen de esta —paródica— novela de caballerías lo ofrece Mario Vargas Llosa en Una novela para el siglo XXI: «Un hidalgo cincuentón, embutido en una armadura anacrónica y tan esquelético como su caballo, que, acompañado por un campesino basto y gordinflón montando en un asno, que hace las veces de escudero, recorre las llanuras de la Mancha, heladas en invierno y candentes en verano, en busca de aventuras» (Don Quijote de la Mancha, 2004, p. 13).