Estamos acostumbrados a ver que nuestra lengua importa palabras de otros idiomas. Hoy por hoy, en determinados ámbitos —como en el de la tecnología, la economía o la mercadotecnia— es habitual leer extranjerismos crudos o no adaptados procedentes, principalmente, del inglés. A propósito de esto hablamos hace unas semanas en este blog. Pues bien, nuestra lengua también ha prestado —y presta— un buen número de palabras a otros idiomas. ¿A qué se debe tal hecho? ¿Cuál es el criterio a la hora de seleccionar términos de nuestra lengua, y no de otra?
Especialización
A estas dos preguntas debería poder contestarse con lo que llamaríamos «especialización». Es decir, al igual que el lenguaje de la tecnología o el de la economía están fuertemente influenciados por el inglés, hay otros ámbitos en los que nuestra lengua predomina. El hecho de que en Sillicon Valley o en Wall Street se hable inglés influye en el léxico de ambas ramas.
Algo similar ocurre en nuestra lengua, porque ¿cómo llaman los anglohablantes a los toreros? ¿Y los francófonos? En inglés, torero; en francés, toréro (según la ortografía de 1990). Lo mismo ocurre con el término siesta, presente en francés —adaptado como sieste—, en inglés —sin adaptar: siesta— o en italiano, lengua en la que tampoco se modifica. Se puede decir, por suerte o por desgracia —me inclino por esta última—, que tenemos la hegemonía sobre los toros y la siesta. Es obvio: somos pioneros en ello.
Palabras que ya son «europeas»
Ahora bien, también hay otras palabras que han sido tomadas de nuestra lengua y que, de no saberlo, no diríamos que la lengua de origen fuera la nuestra. Un buen ejemplo lo encontramos en la palabra cigarro, presente en inglés (cigar), en francés (cigare) o en italiano (sigaro). Como vemos, son palabras que ya están plenamente adaptadas a las grafías de sus correspondientes lenguas. Algo semejante ocurre con el vocablo tomate: lo encontramos como tomate en francés o como tomato en inglés. En italiano, por ejemplo, se dice pomodoro —de pomo ‘manzana’ y d’oro ‘de oro’—.
Hemos mencionado anteriormente que un criterio para seleccionar palabras de una lengua era que esta nombrara realidades que en otras lenguas no tienen lugar —lo que se ha convenido en señalar como especialización—. Por este motivo, en determinados momentos de la historia el español ha sido una lengua exportadora de palabras debido, en buena parte, a la actividad desarrollada tanto en España como en América.
El español como lengua introductora de nuevas realidades
Es decir, el español era la lengua que introducía en Europa las realidades del continente americano. Por este motivo, en inglés encontramos términos como llama —del quechua llama—, alpaca —del aimara all-paka— potato —adaptado del español, y este formado a partir del cruce del quechua papa y batata— o maté —voz adaptada del español mate ‘infusión de yerba mate’, que a su vez procede del quechua—.
También la navegación permitió que otras lenguas, como el francés, acuñaran términos del español. Por ejemplo, como conviene en señalar Rafael Lapesa (2005, p. 440), «la navegación ha propagado demarcación (fr. démarcation), cabotaje (fr., ingl. cabotage), embarcadero (fr. embarcadère, ingl. embarcadere, embarcadero), sobrestadía (fr. surestarie), arrecife (fr. récif) […]».
Como se ha apuntado antes, no solo ha influido la labor acometida como imperio; también influyó la actividad desarrollada en la península, como se observa en el término merino, «exportado» a otras lenguas como el italiano, el catalán, el inglés o el francés —en las tres primeras no varía la grafía; en francés se adaptó como mérinos—.
Además, se puede observar que en el siglo XIX España aportó un buen número de vocablos a otras lenguas, sobre todo relacionados con la política y la guerra. En ese momento surgieron voces como guerrilla —misma grafía en inglés—, pronunciamiento —adaptado al inglés como pronunciamento— o intransigente —en francés, intransigeant—.
Pero hay más: por ejemplo, el término bolero se propagó en el siglo XVIII a otras lenguas como el catalán, el inglés, el italiano o el francés, y en todas ellas conserva la grafía original. Algo similar ocurre con patio, presente en inglés, francés e italiano.
Como se puede ver, ambos son términos que designan realidades propias de España, en un caso refiriéndose a un baile autóctono y, en otro, a un espacio típico de la arquitectura española. Podríamos nombrar una buena ristra de palabras propias de nuestra lengua que aparecen sin adaptar en otras lenguas: fiesta, cachucha, maja, picador, o camarilla aparecen en el Oxford Dictionary. Otras, adaptadas, aparecen en el Dictionnaire Larousse: gitane, torero, toréador, rastaquouère, albinos, etc.
En resumen, podemos considerar que la lengua española ha propagado un buen número de palabras a otras lenguas —muchas más de las que aquí han aparecido—, lo que demuestra que el fenómeno de prestar palabras es necesario, sobre todo a la hora de nombrar nuevas realidades desconocidas en las zonas en las que se habla una lengua. Es lo que ocurría, por ejemplo, con las palabras americanas que el español introducía en Europa.
No obstante, también puede ocurrir que la lengua sea un reflejo de la hegemonía de un estado o imperio. En el siglo XVIII, la mayoría de extranjerismos presentes en nuestra lengua procedían del francés; hoy en día, del inglés. Se trata, por tanto, de un fenómeno natural que refleja no solo en contacto entre lenguas, sino las relaciones que se establecen entre personas de cultura y procedencia distintas.
Referencias bibliográficas:
Lapesa, R. (2005). Historia de la lengua española. Madrid: Gredos.
Stevenson, A. (2015). Oxford Dictionary of English. Oxford: Oxford University Press.