Definición del concepto
En el Diccionario de términos filológicos, Fernando Lázaro Carreter definió la yod como una ‘i semiconsonante explosiva agrupada con la consonante anterior (pie) o semivocal implosiva agrupada con la vocal precedente (reino)’ (2008, p. 415). Del mismo modo, en el Diccionario de la lengua española, la yod es definida como ‘variante del fonema /i/ cuando forma parte de un diptongo, bien como semiconsonante, como en miedo, bien como semivocal, como aire’. Así pues, cabe tener en cuenta la doble naturaleza de este fonema en función de su posición dentro de un diptongo —i. e., semiconsonante si es la primera vocal del diptongo; semivocal si es el segundo elemento de este—.
Sin embargo, para Rafael Lapesa (1981), la yod es un fenómeno mediante el cual los fonemas /ǐ/ y /ĕ/ átonos producen múltiples alteraciones fonéticas; tales fonemas, en contacto con la consonante que los precede, generan un proceso que origina las consonantes palatales /ɲ/ y /ʎ/ (p. 79). En la misma línea, Thomas Lathrop (1995) asegura que la yotización es el «proceso de palatalización de una consonante, por el que se convierte en yod [j]» (p. 366). Este ejemplo se podría observar en la siguiente evolución: lacte(m) > laite > leite > leche. Quizá la definición que aúne los diferentes conceptos hasta ahora esgrimidos la aporte Manuel Ariza (1990), al afirmar que «la yod es un sonido palatal semivocálico o semiconsonántico, más cerrado que cualquier /i/ puramente vocálica» (p. 17).
El tratamiento de la yod como semivocal implosiva o semiconsonante explosiva sirve como explicación a los dos fenómenos que de ella dimanan, a saber: la inflexión de la vocal y la palatalización de la consonante inmediata. La inflexión es, grosso modo, una modificación de la vocal —en el timbre, punto o modo de articulación de dicha vocal—. Así pues, en lo que respecta a la inflexión de las vocales, conviene señalar el proceso de diptongación ocurrido en el latín vulgar; es decir, en el latín clásico, si una e o una i formaban un hiato, podían formar sílabas diferentes. Sin embargo, en el latín vulgar se produjo un cambio en la secuencia silábica —de hiato a diptongo— que provocó el cambio de /i/ y /e/ en yod (Lathrop, 1995, p. 102).
Un ejemplo de este fenómeno se encuentra en palabras como lancea (lan-ce-a > lan-cea > lan-cia > lanza) y puteum (pu-te-um > pu-tju > pozo). De este modo, la yod afecta tanto a las consonantes contiguas como a las vocales precedentes, por lo general, cerrándolas. Esto se ve, verbigracia, en la diptongación de la ę tónica que producía una yod que cerraba la e átona inicial que la precedía (Lathrop, ibid., p. 103), como en los siguientes ejemplos:
Cemęntu > cemientu > cimiento
Semęnte > semiente > simiente
Decęmbre > deciembre > diciembre.
Diferentes tipos de yod
Señalada, de forma sucinta, la inflexión de las vocales provocada por la yod, es preciso abordar los cambios producidos en las consonantes contiguas a esta. Para ello, conviene acudir al cuadro de los cuatro tipos de yod elaborado por Menéndez Pidal (1987, p. 49). El criterio para establecer estos tipos estriba en la duración de la yod, pues que, cuanto mayor ha sido esta, más ha influido sobre la vocal precedente.
De este modo, se alude a una yod primera compuesta por los grupos ty y ky (o /tj/, /kj/); en este primer tipo no se puede hablar de inflexiones sobre ninguna vocal puesto que las palatalizaciones de /t/ y /k/ acontecieron en estadios muy tempranos en el proceso de evolución. Algunos de los ejemplos a los que se hace referencia en este primer tipo son fǒrtia > fuerza; malitia > maleza; o minācia > amenaza.
El segundo tipo de yod da lugar a la palatalización de grupos latinos como lj, k’l, g’l y t’l y provoca la inflexión de la o abierta. Este hecho impide la diptongación de dicha vocal, tal y como asegura Lahtrop (1995, p. 334). Además, se produce la aproximante lateral palatal /ʎ/—representada gráficamente con el dígrafo ll—, previo estadio a la velarización, como en concilium > concello > concejo. A este respecto, Rafael Lapesa (1981) asegura lo siguiente:
La yod, fundiéndose con la consonante que precedía, la palatalizó: muliere > [muʎere], filiu > [fiʎu] […]. Así nacieron los fonemas palatales /ʎ/ y /ɲ/ (representados con ll y ñ respectivamente en nuestra ortografía actual), desconocidos por el latín clásico y característicos de las lenguas románicas (p. 79).
Respecto a la yod tercera, conviene mencionar que es la que dio lugar al sonido fricativo palatal sonoro /ʝ/, representado con una y en castellano. Los grupos afectados por este proceso fueron gy y dy (o /gj/ y /dj/) —como en podiu > poyo o fugio > huyo— que originaron el fonema anteriormente mencionado; en otros casos, sobre todo en lo que concierne a los grupos bj y mj, pueden originar la y o pueden conservarse dichos grupos, como ocurre en labiu > labio o vindemia > vendimia. En este tercer tipo conviene mencionar, al respecto de las inflexiones vocálicas, que se produce la inflexión de la o y la e abiertas —i. e., impide que diptonguen— como ocurre en pŏdiu > poyo o pulĕgiu > poleo. Los grupos cultos gy y dy no inflexionan la ẹ, como se puede ver en desidium > deseo. En lo que concierne a los grupos by y my, conviene mencionar que inflexiona la o y e abiertas —como en fovea > hoya o nerviu > nervio, respectivamente, donde se impide la diptongación—, mientras que inflexiona la o y e cerradas —es decir, produce cerrazón, siguiendo a Lathrop—, como en pluvia > lluvia o vindemia > vendimia. En este tercer grupo la a no se inflexiona en ningún caso, como en labiu > labio o exagiu > ensayo.
Del último y cuarto grupo conviene hacer referencia al surgimiento de la consonante africada postalveolar sorda /ʧ/, representada gráficamente con el dígrafo ch. A este grupo pertenecen los grupos kt y ks —como octo > ocho o sex > seis—. Según Rafael Cano (1992), la palatalización del grupo kt se debe a «la relajación de la velar implosiva en -it- (y no la simple asimilación en -tt-, propia de Italia desde el s. I d.C.): la mayoría de los romances permaneció en ese frado, pero otros, entre ellos el castellano y el leonés, llegaron hasta la palatalización, consumada ya en el s. XI» (p. 105). También forman parte de esta cuarta clase de yod la metátesis —es decir, el cambio de sonidos producido dentro de una palabra— producida en grupos compuestos por r, s y p + yod, como se puede observar en las siguientes palabras:
auguriu > agoiru > agoiro > agüero;
materia > madeira > madera;
basiu > baisu > beiso > beso;
capio > caipo > queipo > quepo.
Además, la yod también podía afectar a otra serie de consonantes que no fueran las anteriormente mencionadas, como ocurre en ciconia > cigoinia > cigüeña o en verecundia > vergoinza > vergüenza. En definitiva, conviene recordar que estas son tan solo algunas anotaciones breves sobre las diferentes definiciones del concepto de yod y la yotización, así como un mero resumen de lo esbozado por Ramón Menéndez Pidal acerca de la yod. Se puede extraer, de lo expuesto en estas líneas, que la yod —o la yotización como consecuencia— es un proceso que consiste en la palatalización de las consonantes y, en dicho proceso se da, aunque con muchas vacilaciones, un influjo sobre el vocalismo.
Referencias bibliográficas:
Ariza, M. (1990). Manual de fonología histórica del español. Madrid: Síntesis.
Barra Jover, M. (1994). Reflexiones sobre el concepto de «yod». En Revista de Filología Española, vol. LXXIV, n.º 1/2, pp. 181-187.
Cano Aguilar, R. (1992). El español a través de los tiempos. Madrid: Arco/Libros.
Lapesa, R. (1981). Historia de la lengua española. Madrid: Gredos.
Lathrop, T. (1995). Curso de gramática histórica española. Barcelona: Ariel.
Lázaro Carreter, F. (2008). Diccionario de términos filológicos. Madrid: Gredos.
Menéndez Pidal, R. (1987). Manual de gramática histórica española. Madrid: Espasa-Calpe.