La lengua española (llamémosla así, de momento) ha sido expuesta a multitud de debates. Debido a su extensión y a la diversidad racial y étnica de sus hablantes presenta muchas variantes. Por el momento, las diferencias no motivan dificultades de comprensión entre nosotros, pero por el contrario sí supone un auténtico galimatías para el hablante de lenguas extranjeras.
Uno de sus mayores problemas, reside en la terminología. Para un estudiante de español, por ejemplo, un anglófono, lo que él estudia es el «Spanish» Nadie le enseña a distinguir entre «Castilian» «Peruvian» o «Andalusian», por ejemplo. He aquí uno de los choques que se encuentran cuando quieren expresarse en nuestro idioma.
Si dicho estudiante aprende en Madrid, le dirán que está hablando en castellano. Si lo hace en Argentina, le dirán que habla en «español», o coloquialmente, «gashego» Imaginaos el problema cuando uno de esos estudiantes visite La Coruña, por ejemplo.
El debate entre «castellano» o «español» es interminable y no ayuda en nada a la comprensión lingüística. No afecta a la vida de los hablantes nativos, pero sí a aquellos que aprenden el idioma. Solo ayudan a enfangar aún más la situación de un visitante perdido en un mar de términos y de dialectos.
Los males de ser una lengua pluricultural
El inglés también tiene problemas similares por su expansión global. Baste señalar las conocidas diferencias entre el inglés británico y el americano. Sin embargo, la anglosajona es una lengua menos expuesta al enriquecimiento cultural que la hispana. Esto es debido al carácter, digamos, poco inclusivo, del británico. Históricamente la colonización inglesa fue más profunda en el ámbito económico y político que en el social. Por eso su lengua no ha adquirido tantas variantes y préstamos exóticos.
El caso de la lengua española es justo el contrario. Las misiones evangélicas llevaron al castellano por todos los rincones del dominio español. Y el idioma adquirió préstamos y particularidades de todas las lenguas que sustituía. Por eso son prácticamente incontables los localismos y dialectos de la lengua española a lo largo de su área de expansión.
Esa riqueza de matices es una maldición para el estudiante extranjero. Por eso, muchos turistas visitan nuestro país sin estudiar nuestro idioma. Sólo en la Península Ibérica, el visitante tiene que enfrentarse a cuatro grandes grupos dialectales: el castellano central, el andaluz, el levantino y el astur – leonés – galaico. Junto a otros regionalismos como por ejemplo el extremeño.
La vulgarización de la lengua española, otro riesgo
Además, el hablante de español es, por lo general, menos metódico que el anglosajón. La mayor flexibilidad semántica de la lengua española permite cambios gramaticales que en otras lenguas serían incomprensibles. El español vulgar está fuertemente implantado en la sociedad. No es una deformación cultural o sectorial. De hecho, lo que es complicado es encontrar un hablante de español estrictamente correcto, en cuanto a la norma se refiere.
El estudiante extranjero quiere hacerse entender en nuestro país, y aprende un idioma sumamente complejo con ilusión. Cuando llega a nuestro suelo, se encuentra con que vulneramos alegremente la norma que tanto trabajo le costó comprender. Y, además, depende de donde lo aprendiese y donde viaje, se encuentra con unas diferencias que le son aún más ininteligibles que las duras reglas gramaticales que tuvo que memorizar. Difícil enfrentarse a ese cacao.
Escribimos como hablamos, pero los demás no
Una de las virtudes que se atribuían a la lengua española es su pragmatismo ortográfico. «El español escribe, como habla» decían con orgullo los clásicos del Siglo de Oro. Y es cierto. Básicamente los hispanohablantes pronunciamos cada vocal y consonante que escribimos. ¿Es eso una ventaja? Para nosotros indudablemente sí. Pero para los hablantes de otras lenguas no es tan sencillo. Las peculiaridades pronunciaciones de ciertas palabras de nuestro idioma, en boca de ingleses o franceses, dan fe de ello. Ocurre lo mismo cuando nosotros tratamos de aprender sus idiomas.
Para muchos hablantes extranjeros, la lengua española es una lengua áspera. Les resulta dura al oído, rápida, gutural. Les cuesta trasladar su tono al nuestro. ¿Cuántas veces habremos escuchado a un turista pedirnos que le hablemos despacio?
Tampoco entiende nuestro abuso de los artículos y determinantes. De hecho, solo nuestros parientes romances: franceses, gallegos, catalanes e italianos emplean tantos artículos como nosotros. A un inglés para decir «la casa roja de Juan» le basta decir «John’s red house». Son tan ahorrativos que con el genitivo sajón expresan lo que nosotros con dos artículos y un adjetivo.
Será que el carácter español es poco austero, hasta a la hora de hablar. Quizás derrochamos palabras, pero lo hacemos porque nuestros oídos están acostumbrados a ellas.
Dificultades recíprocas
Por otra parte, a nosotros también nos cuesta adaptarnos a su modo económico de hablar y de expresarse. Solo hay que escuchar a cualquier político español hablar en inglés. Nos da vergüenza ajena, pero es una realidad. Es difícil encontrar a alguien que pronuncie peor el inglés (o el francés) que a un español.
Parece una cuestión menor, pero la tonalidad de un idioma es un tema importante. El español está acostumbrado a un tono directo, rápido, «práctico«, por así decirlo. Nada que ver con la «pseudocortesía« de un inglés. Y mucho menos con la relamida «melosidad« de un francés.
¿Cuántas veces habremos escuchado a amigos y familiares decir que en el extranjero rápidamente les identificaron como españoles? No siempre es por nuestro carácter jovial o nuestra actitud desenfadada. También es por nuestra proverbial torpeza a la hora de expresarnos en un idioma extranjero.
Evidentemente, estamos generalizando, y exagerando la cuestión. El problema de base está evidentemente en la formación. Pero para solventar problemas como el de la tonalidad, es necesario aprender un idioma en el extranjero. Vivir en el extranjero durante años para adquirir todas las peculiaridades de ese idioma. El problema es que no hay muchas personas que en la actualidad puedan permitírselo.
Aprender el idioma es la regla número uno
A pesar de todas las dificultades y cuestiones que hemos abordado, para una correcta sociabilización en el país donde se piensa vivir, aprender el idioma es la regla de oro número uno para que nuestra experiencia no sea un desastre donde nos veamos a permanecer en una burbuja de incomunicación.
Lo ideal sería que todo extranjero que nos visite aprendiera la lengua española. Y también lo sería que los españoles tuviéramos una educación correcta en varios idiomas. Esto se está tratando de lograr mediante los programas de educación bilingüe o trilingüe, en algunas comunidades. Pero para que esos programas surtan el efecto deseado faltan todavía varias generaciones.
Esperamos que los lectores se hayan entretenido con este artículo sobre la lengua española y hayan captado el mensaje. Pretendíamos presentar un problema de manera un tanto despreocupada, sin entrar en duras reflexiones metodológicas. Deseamos haberlo conseguido.