Leon Hunter

Manual de traducción jurada 8.1. Clientes recomendables y poco recomendables

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Clientes no recomendables

En este capítulo trataremos una realidad a la que nos tenemos que enfrentar: los clientes no recomendables, proporcionando pistas sobre las estrategias que suelen emplear y cómo detectarlos.

A lo largo de estos 10 años de práctica de la traducción jurada (y 15 años en traducción simple) me he encontrado con un gran número de clientes no recomendables y esto, tal vez, sea uno de los aspectos más difíciles de la profesión en España.

Frecuentemente uno se plantea si sería mejor dejarlo y dedicarse a otra cosa.

La labor de traductor (traducciones simples) ya de por sí es bastante difícil, pero la de jurado aún más si tenemos en cuenta el nivel de exigencia y el constante regateo. Por eso hay que pensar siempre muy bien si los precios que tenemos no son ya de por sí muy bajos y que realmente no podemos ceder ni rebajar más. De lo contrario, ganan ellos y te acaban arrinconando hasta que dejas la profesión.

De momento parece que siempre hay “alguien más” pero también es una tendencia peligrosa incluso para los que promueven las rebajas y el cutrerío… Ya hemos visto en años recientes cómo ha descendido tanto la calidad de las juradas españolas que muchos organismos británicos ya recomiendan en sus páginas a traductores con certificaciones propias y desaconsejan las extranjeras

Si pensamos que estamos en un proceso de integración europea es todavía más preocupante porque que lo dijera un país de fuera de la UE sería comprensible pero no uno de dentro.

El jurado tiene que tener muy claro que hay que presentar siempre traducciones:

– Excelentes;

– Bien presentadas;

– Con terminología correcta y profesional;

– Que se entiendan perfectamente (en función siempre del registro de que se trate, sin ceder tampoco ante modas como el “plain English” cuando se trata de terminología jurídica o financiera especializada, ni tampoco ante peticiones de estilo de clientes que no tienen ninguna base desde el punto de vista de la práctica de la traducción jurada).

Lo que tiene que destacar siempre es una tendencia a buscar la excelencia, la ética, el valor de la traducción (el producto) por encima de cualquier otra presión y el buen hacer, a pesar de todo y de que el cliente no valore o pretenda rebajar nuestro trabajo y hostigarnos con constantes quejas y peticiones de descuentos.

Parte de la estrategia para descontar los precios consiste en un ciclo cuyo patrón es aproximadamente el siguiente:

– Solicitar al jurado traducciones muy difíciles alegando que “son fáciles y que lo podría hacer cualquiera” pero con la expectativa de un resultado muy profesional de alta calidad. Todo ello en tiempo récord y frecuentemente a precios de saldo o con grandes rebajas por “repetidas”, “porque es todo igual”, “se parece”, etc.

Desagradecimiento y maltrato constante, otra característica de los clientes no recomendables. Incluso cuando el esfuerzo físico y psíquico del jurado es muy evidente.

– Analizar todo con lupa para sacar el mínimo error y mandar una queja muy desagradable, frecuentemente sarcástica u ofensiva y puede que con alguna insinuación de poca profesionalidad y/o estafa o mala praxis.

– Búsqueda de la humillación y disculpa de la persona.

– Una vez “puesta en su sitio” la persona, buscan volver a hacer nuevas ofertas pero siempre con frases (ya sea dichas de forma directa o implícita) como “no te ilusiones mucho”, “pero no la vuelvas a cagar”, “da gracias que te lo doy”, etc.

Se trata, pues, de un ciclo de maltrato que tiene manifestaciones concretas verbales que sería fácil de encontrar y de poner de manifiesto como lo que son: un maltrato verbal para socavar a otra persona con el objetivo de controlarla y conseguir que haga lo que queremos.

[* En este punto recomiendo la lectura del libro «No me maltrates» de Bernardo Stamateas, que da algunas claves de lo que puede ser un maltrato verbal que busca ejercer un control sobre otra persona]

Evidentemente este tipo de clientes, son poco recomendables y debemos hacer lo posible por alejarnos de ellos… Sin embargo, es difícil muchas veces y hay que “montar alguna gorda” porque seguirán insistiendo durante mucho tiempo y no basta con ignorarlos. A veces me he tenido que pelear con ellos verbalmente y decirles “cuatro verdades” de lo que pensaba de su gestión (es preferible ponerlo en una carta escrita en un momento en el que estemos más tranquilos y no en un correo electrónico ya que, si escribimos en un momento de calentón, decimos cosas de las que nos arrepentimos, nos vuelven a machacar por “poca profesionalidad” y volvemos al ciclo de “bueno, te perdonamos aunque seas poco profesional y tengas salidas de tono” y vuelta al ciclo de rebajas).

Otras veces simplemente he tenido momentos en mi vida en los que tenía determinados problemas de salud o de estancias en el extranjero más o menos prolongadas que he aprovechado para “dar esquinazo” a ciertos clientes indeseables.

Los clientes indeseables en traducción jurada están por doquier y todos los jurados los tienen o han tenido.

Normalmente buscan a jurados que se publiciten poco, porque su carne de cañón son traductores jóvenes pero poco conocidos y también mayores que han caído en la ignominia y no han sabido aprovechar las nuevas tecnologías para darse a conocer. Buscan y buscan… Frecuentemente llaman por teléfono y ya se nota en el tono (tirando a despectivo) y un cierto aire de superioridad que van a salir ranas.

Podríamos escribir un libro entero sobre la maldad de estos clientes no recomendables o la bondad de estas personas pero el primer filtro es el precioYa que van siempre buscando lo más barato, la primera forma de no tener que tratar con ellos es poner precios de mercado o tirando a altos porque no van a querer. A veces tratarán de regatear un poco hablando de volumen y no sé qué, pero al cabo de un tiempo se rinden y van a buscar a otra pringada de la que abusar, porque aún quedan bastantes víctimas jugosas en el mundo de la traducción.

Es solo…

El otro día estaba en la peluquería para un lavado y tinte.

En el escaparate había una oferta de cortar y peinar por unos pocos euros y entró una chica a preguntar “por la oferta”.

Es solo hacer lo de la oferta y hacer unas trenzas y entrelazarlas arriba y poner un tocado que tengo.

¿Pero qué es lo que necesita, un peinado de novia?

No, es solo cortar, hacer dos trenzas, entrelazarlas con unas pincitas arriba y poner un tocado que tengo de unas flores y un velo.

Al final, como se negaba a decir las palabras “peinado de novia” le enseñaron unas fotos y le dieron el precio de peinado de novia, que no son 12 euros.

Se puede decir que fueron firmes pero sin faltar al respeto. Simplemente trataron de recabar la mayor información sobre lo que la persona necesitaba y le dieron el precio de peinado de novia.

Lo mismo pasa a menudo en traducción jurada. La mayor parte de las peticiones empiezan por “es solo” y luego resulta que son un montón de cosas las que entran en ese “es solo”.

Es solo que se vea oficial” – y es traducir y jurar un contrato de alquiler de 3.000 palabras para obtener un visado, que al cliente le supone no perder un billete de avión y la oportunidad de trabajar en otro país.

Es solo poner un sello” – y es traducir un certificado de varias hojas de 1.800 palabras, con terminología endemoniada que al cliente le supone obtener una exención fiscal y ahorrarse cientos de miles de euros.

Es solo un par de líneas” – y es una escritura notarial de varias páginas que al cliente le supone poder llevar a su sobrina al extranjero sin encontrarse problemas jurídicos.

Toda petición que empiece por “es solo” es una persona que o bien manifiestamente desconoce el trabajo o simplemente no quiere gastar, pero la culpa no es nuestra.

Además, los clientes no recomendables obtienen claras ventajas del trabajo que se realiza y la prueba es que los errores o problemas con la traducción le pueden suponer no obtener lo que quiere.

Pongamos el caso de la chica de “es solo unas trenzas y poner esto arriba (un tocado y un velo)”. Pongamos que le hubieran dicho que sí y le hubieran hecho una chapuza o se lo hubieran hecho mal a propósito. Pongamos que hubiera ido a la boda con el peinado barato, se le hubiera hecho trizas y hubiera acabado llorando el día de su boda.

 

Si somos profesionales, eso no lo podemos hacer. Tenemos que pensar por nuestro interés – el que nos paguen una cantidad digna por nuestro trabajo pero también por la responsabilidad moral y legal que nos compete.

Frecuentemente hay que separar lo que es la responsabilidad o relación con el cliente de lo que es la responsabilidad moral y legal de presentar una traducción jurada correcta, pase lo que pase.

Otro ejemplo (muy extremo) es el que me pusieron unos clientes no recomendables venezolanos el otro día: se trataba de una persona que llegó malherida a un hospital con unos familiares. Entonces, uno de los familiares sacó una pistola y se la puso al facultativo en la cabeza diciendo «asegúrate de que viva». En ese caso, al médico no le queda más remedio que atender a la persona malherida (lo mejor que pueda), salvar su vida y darle los cuidados necesarios (porque es médico y tiene esa obligación) al margen de que luego a la persona de la pistola proceda a denunciarla o a prohibir su entrada en el hospital o a impedir que vuelva.

En el caso de la jurada, será menos extrema (¡esperemos!) la situación pero es independiente de mi obligación de presentar una jurada como es debido – incluso cuando el cliente no sea consciente de todos los problemas que puedan surgir y aun cuando desprecie mi labor – porque tengo la obligación de hacerlo.

Otra cosa es que luego le diga «cuatro cosas» al cliente una vez entregado (y preferentemente – pagado -) el trabajo y/o me niegue a hacerle trabajos posteriores, pero mi jurada la voy a entregar siempre y voy a velar por los intereses del cliente, incluso cuando el propio cliente no los conozca o no le interesen.

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