El origen de la traducción es igualmente curioso por su apartado histórico y su aspecto intrínsecamente necesario para la formación de las sociedades. Ha sido sin duda un empleo completamente imprescindible para que las grandes ideologías, religiones y gobiernos puedan seguir creciendo a lo largo del tiempo. La biblia ya hizo un pequeño guiño a la traducción con el mito de la torre de Babel, pero en este artículo vamos a repasar brevemente el paso de la traducción por la historia.
Por definición, una traducción es un proceso por el cual el texto original pasa a ser un nuevo texto en otro idioma, el texto de destino. Sin embargo, en la propia definición se ve claramente que este proceso solo funciona con los textos, lo que tardó bastante en aparecer. Hasta ese momento, únicamente existía la interpretación propiamente dicha, siendo -dentro del ámbito de la traducción- la profesión más antigua.
Sin escritura, no hay traducción
Como comento, la traducción nace con la invención de la escritura, la cual data del año 4.000 antes de Cristo en Mesopotamia. Podemos pensar que los primeros textos escritos estarían destinados para plasmar la filosofía del momento, poesía, cartas de amor o incluso grandes epopeyas de héroes nacionales. Pero no fue así. Nace con fines puramente administrativos para el Estado. Pero esto ya lo sabíais seguro.
La primera traducción de la que se tiene conciencia -aunque según dicen los investigadores los documentos históricos nunca son una ciencia cierta-, data del año 2.000 antes de Cristo, la cual se denomina «Epopeya de Gilgamesh» y se tradujo a varios idiomas de oriente próximo.
Hay pocos documentos -testados- que puedan considerarse los «tatarabuelos» de las traducciones modernas, pero uno que nadie discute es la Piedra de Rosetta. Descubierta en 1799, data de la época de Ptolomeo V (196 a.C.) y mide un metro de alto. El texto no es gran cosa, únicamente son un conjunto de párrafos que ensalza la figura del faraón. Pero lo interesante es que está escrita en jeroglíficos egipcios, escritura demótica y en griego, siendo una traducción en toda regla. Pero a pesar de su notoriedad, cabe destacar que el antecesor de Ptolomeo (Ptolomeo Filadelfo) encargó a 72 escribas que tradujesen los 5 libros de Moisés.
En toda la historia de la traducción, esta casi siempre se ha desarrollado gracias a la religión y a los gobiernos, los cuales encargaban trabajos a los escribas profesionales en función de la necesidad del momento. Sin embargo, destaca la religión por su factor cohesionador, y era importante basar la filosofía del momento en material que con el paso del tiempo había quedado en el olvido. Mismamente, es bien conocido todas las traducciones que el cristianismo mandó hacer sobre los textos aristotélicos y su metafísica en especial.
Por otro lado, cuando desaparece el hebreo como lengua principal religiosa en favor del griego y el latín, hubo una época en la que la traducción experimentó un auge importante, puesto que los textos religiosos debían ser mantenidos. (Véase, versión romana «vetus latina»). Livio Andrónico llevó a cabo la traducción de La Odisea del griego al latín, el cual fue contemporáneo a la versión alejandrina.
Con la Edad Media llega la época dorada
Aunque sobre todas las obras destaca sin duda alguna La Biblia, cuya versión traducida más extendida en el siglo IV se llama Vulgata , y fue encargada por el papa Dámaso I a San Jerónimo, o Jerónimo de Estridón. Llegada la Edad Media en la península, los árabes se disponen a traducir todo el conocimiento científico y filosófico guardado en los antiguos textos griegos. Al mismo tiempo, supone para toda Europa la época de oro de la traducción.
De hecho, coincide con la creación de la famosa Escuela de Traductores de Toledo en el siglo XII por Raimundo Sauvetat. En dicha escuela se centran en la traducción de documentos científicos o filosóficos de los griegos, además de teológicos. Sin embargo, no alcanza su máximo esplendor hasta años más tarde, cuando Alfonso X El Sabio decide propulsar la escuela de traductores y crea una serie de medidas para ampliar sus capacidades técnicas y científicas.
Si la invención de la escritura permitió que naciese la traducción escrita, la invención de la imprenta elevó la profesión hasta niveles insospechados. En el siglo XV ya se puede hablar de una traducción más parecida a la contemporaneidad actual, donde se pueden imprimir textos en masa y repartir el conocimiento entre la sociedad.
A pesar de ello, este siglo no es una época de paz precisamente y dicho invento se usó como propulsor para la creación de una guerra de traducciones de los textos teológicos y religiosos, creando así un arma lingüística y política. El ejemplo más claro lo podemos encontrar con la traducción que Lutero hizo de la Biblia al alemán, pasando a ser uno de los textos más importantes de la reforma protestante.
Aunque sin duda el culmen de este proceso viene de la mano de las sociedades industriales del siglo XIX, cuyo modelo económico y social supuso la máxima expresión del colonialismo, la globalización y el imperialismo. ¿Y qué se puede sacar en común de todas esas palabras? La traducción. La internacionalización, relaciones comerciales y diplomáticas multiplicaron el intercambio lingüístico y la necesidad de traducir.
Desde entonces la traducción ha evolucionado mucho y se ha desarrollado hasta convertirse en una profesión que, si bien es imprescindible, está continuamente amenazada por su nuevo amigo: la tecnología. Cada vez más son las personas que acaban recurriendo a la tecnología antes que a un profesional, lo que sin duda pone en riesgo la profesión. Sin embargo, los traductores siguen creciendo y evolucionando, y cada año que pasa desarrollan nuevas formas de integrarse en el sector ofreciendo un aspecto diferenciador, único, que los hacen imprescindibles.