Desde principios de la década de 1990, la cuestión sobre la desaparición de las lenguas fue asumida por la UNESCO gracias al encomiable trabajo de numerosos lingüistas que propusieron la implantación de diversos programas con el fin de revitalizar aquellas lenguas en vías de extinción. La Organización de las Naciones Unidas abrió la veda con la obra Libro rojo de las lenguas amenazadas, en el que se muestra qué lenguas están amenazadas, dónde están situadas y cuál es su grado de vitalidad. Conocer la situación de las distintas lenguas del mundo resulta imprescindible para saber cuál es el proceso evolutivo de una lengua o, entre otras cosas, por qué desaparecen las lenguas y cómo podemos evitarlo.
¿Cuándo muere una lengua?
Si entendemos que la lengua es un organismo vivo y en constante cambio, su muerte forma parte de un proceso natural. Ahora bien, conviene tener en cuenta diferentes ideas acerca de la desaparición de cualquier sistema lingüístico. Así pues, la muerte de una lengua no se produce cuando muere el último hablante, sino cuando lo hace el penúltimo, puesto que se sobreentiende que una lengua es una herramienta de comunicación que, evidentemente, necesita de alguien con quien hablarla.
Según apunta David Crystal (2001, p. 32), cada dos semanas muere una lengua, el 96 % de la población habla el 4 % de las lenguas que tienen presencia en nuestro planeta y dentro de treinta y cinco años —siendo prudentes con las cifras— habrán desaparecido en torno a tres mil lenguas en el mundo, lo que supone más del 50 % de las que tienen presencia en la actualidad. Estos datos se complementan con los de Moreno Cabrera (1990, p. 16), quien estima que «más del 75 % de las lenguas del mundo (más de 2000) son habladas por tan solo un 1 % de la población mundial (menos de 50 millones de personas)».
Consecuencias de la muerte de una lengua
Más allá de los números, conviene tener en cuenta la noción de lingüicidio a la que alude Claude Hagège. La muerte de una lengua es un proceso natural y similar al de la muerte de una civilización. El problema radica, sobre todo, en que la desaparición de una lengua acarrea la extinción de una civilización. Como asegura el lingüista franco-tunecino, «los idiomas son un reflejo de la inmensidad de las costumbres y las formas de vida que constituyen el mundo, son como ventanas a través de las cuales las poblaciones humanas ponen el universo en palabras» (2002, p. 82).
La desaparición de una lengua implica, por consiguiente, que el patrimonio cultural universal sea cada vez más reducido. Si tenemos en cuenta que, por lo general, al cabo de un año mueren unos 25 idiomas en el mundo, la situación puede ser más alarmante de lo que parece.
¿A qué se debe la muerte de una lengua?
En primer lugar, cabe tener en cuenta cuáles son los factores que condicionan la vida de los hablantes de una lengua. Al analizar la situación de una lengua hay que tener en cuenta los factores físicos que modifican y restringen la vida en comunidad. Las hambrunas, las migraciones y las enfermedades se erigen como principales motivadores para la desaparición de una lengua, si bien estos factores parecen estar supeditados a otros de mayor índole, a saber: factores económicos, sociales y políticos.
No obstante, el otro grupo de factores que influyen en el proceso vital de una lengua está relacionado con lo que David Crystal (2001, p. 85) denomina asimilación cultural. Estos dispositivos políticos legitiman la subordinación de una cultura a otra —considerada como dominante— y, para ello, se sirven de un instrumento de control —en ocasiones también de coacción— como es la lengua. Legislaciones ad hoc, incentivos económicos o imposiciones políticas son las que propician, en última instancia, el período de «bilingüismo emergente» en el que conviven la lengua dominada y la dominante.
Este período no es más que un estadio previo a la consolidación de la lengua dominante en el territorio, lo que conlleva el abandono de la fase de bilingüismo y aviva el proceso gradual de la muerte de la lengua dominada. Esta hipótesis se ve refrendada por los pronósticos del lingüista R. M. W. Dixon (1997, p. 140), quien augura que dentro de cien años se hablará una lengua por nación, para posteriormente dar paso al establecimiento de una única lengua.
¿Qué se puede hacer?
Para que una lengua avance o se revitalice debe aumentar necesariamente su prestigio, bienestar y poder legítimo dentro de la comunidad dominante. Es decir, debe haber una intervención política que favorezca el desarrollo de la lengua amenazada. Eso implica, irremediablemente, que se dediquen esfuerzos económicos en su revitalización. En un mundo como el actual, cuya lengua franca global es el inglés, resulta difícil pensar que algún gobierno u organismo supranacional —por ejemplo, la Unión Europea— vaya a fomentar el estudio del vótico o el livonio —de la rama de las lenguas fino-úgricas— o del tsakonio, la única lengua del dórico que se conserva en la actualidad.
Además, para que tenga lugar el esperado progreso debe existir una representación de estas lenguas dentro del sistema educativo, así como un uso de la tecnología electrónica y una escritura diseñada para esas lenguas en peligro, previo proceso de estandarización para tener en cuenta todas las posibles variedades dialectales. También resulta fundamental la intervención de los lingüistas para hacer los diagnósticos y evaluaciones necesarias, así como las descripciones y análisis de dichas lenguas. Entre esas labores resulta de especial interés la elaboración de corpus y gramáticas de las lenguas amenazadas para que puedan ser accesibles a quienquiera investigar y conocer en profundidad esa lengua.
En suma, la vitalidad de las lenguas está supeditada a razones que, por lo general, escapan de lo puramente lingüístico. Por este motivo, debemos tomar conciencia de lo perjudicial que puede ser la muerte de cualquier lengua. Como se ha intentado tratar a lo largo de estas líneas, la pérdida de una lengua conlleva la desaparición de una cultura. Para el conjunto de la humanidad, este hecho supone la falta de diversidad cultural y, por consiguiente, un empobrecimiento de las distintas formas de pensar y entender el mundo.
Referencias bibliográficas:
Crystal, D. (2001). La muerte de las lenguas (Pedro Tena, trad.). Madrid: Cambridge University Press.
Hagège, C. (2002). No a la muerte de las lenguas. Barcelona: Paidós.
Moreno, J.C. (1990). Lenguas del mundo. Madrid: Visor.