«El español, el italiano y el francés son dialectos». Una afirmación como esta nos podría resultar inadecuada o errónea por considerar como dialectos lo que entendemos por lenguas. Un ejemplo como este —como trataremos de explicar en las próximas líneas— ejemplifica que la diferencia entre los conceptos de lengua y dialecto no siempre es nítida. Lo mismo podría decirse de otros conceptos como habla, lenguaje o idioma que, a menudo, se utilizan como sinónimos sin serlo —o, de serlo, solo lo son parcialmente—.
El enunciado que encabeza este artículo sitúa de forma acertada cuál es la relación entre las nociones de lengua y dialecto. Según el Diccionario de la lengua española, un dialecto es una ‘variedad de un idioma que no alcanza la categoría social de lengua’ o un ‘sistema lingüístico considerado con relación al grupo de los varios derivados de un tronco común’. En lo que concierne al ejemplo anterior, la segunda acepción se ajusta a lo que son, por poner algunos ejemplos, el francés, el catalán, el italiano, el portugués o el español: dialectos del latín.
Otros dialectos de la lengua latina que no alcanzaron la categoría de lengua son el aragonés y el leonés; esto se debe, principalmente, a cuestiones sociopolíticas y culturales. Mientras que el castellano era la lengua culta, el aragonés y el leonés quedaron reducidos al ámbito rural, hasta el punto de convertirse en la actualidad en lo que entendemos por habla, es decir, un ‘sistema lingüístico de una comarca, localidad o colectividad, con rasgos propios dentro de otro sistema más extenso’.
¿Qué factores influyen?
La confusión que podría suscitar la consideración del español como dialecto redunda en la concepción del dialecto como una variante que carece del prestigio social de una lengua. Como asegura Juan M. Lope Blanch en Cuestiones de filología española, «para el común de los hablantes, el concepto de dialecto se refiere a una modalidad geográfica deficiente o defectuosa de una “lengua oficial”». Sin embargo, conviene tener en cuenta que una lengua está conformada por distintas variedades que no son sino manifestaciones de esa propia lengua condicionada por una serie de factores extralingüísticos como, por ejemplo, la geografía, el entorno social o el contexto. Estos factores, según apunta Francisco Moreno Fernández en Las variedades de la lengua española y su enseñanza, son los que, con el tiempo, pueden dar lugar a lo que conocemos como lengua o dialecto.
Además, conviene mencionar que la noción de estandarización también es importante para considerar si un sistema lingüístico es una lengua o dialecto. Se denomina lengua estándar a aquella variedad de una lengua que sirve como modelo o patrón superpuesto a otras variedades geográficas, sociales o contextuales de una misma lengua. Conviene señalar, no obstante, que la lengua estándar no es más que una idealización o, como asegura Theodor Lewandowski en su Diccionario de lingüística, «la lengua de intercambio de una comunidad lingüística, legitimada e institucionalizada históricamente, con carácter suprarregional, que está por encima de la(s) lengua(s) coloquial(es) y los dialectos y es normalizada y transmitida de acuerdo con las normas del uso oral y escrito correcto».
La estandarización, un proceso clave
Así pues, la lengua estándar es un concepto abstracto que permite —a través, por ejemplo, de la educación— que una comunidad de habla se rija por una serie de criterios lingüísticos y gramaticales comunes. A su vez, el estándar es considerado como la lengua de prestigio frente a otros dialectos o variedades lingüísticas minoritarias. El hecho de que exista la estandarización de un sistema lingüístico es uno de los factores que permite que un sistema se considere lengua o dialecto.
No obstante, también hay que considerar otro aspecto, como es el de la mutua inteligibilidad. Este criterio consiste, a grandes rasgos, en que, si un hablante no comprende lo que su interlocutor dice, entonces hablan lenguas distintas. Este criterio, sin embargo, no es del todo preciso puesto que, como es bien sabido, un hablante de español puede entender —de mejor o peor forma— a un hablante de gallego, catalán o portugués. Y lo mismo puede suceder aplicado en sentido contrario.
¿Conceptos emparentados o antagónicos?
Por lo general, además, consideramos como lengua aquel sistema de habla que dispone de una gramática, de una ortografía y de diccionario. La presencia de estos factores, no obstante, no sirve para que un dialecto alcance la categoría de lengua. Por el contrario, cabe señalar que una lengua siempre se presenta de forma variada en función de aspectos sociales y geográficos. Como apunta Moreno Fernández, (op. cit.), «toda lengua natural se actualiza en una modalidad vinculada a una geografía, de modo que no hay forma de hablar una lengua si no es hablando una de sus modalidades o dialectos». Por este motivo, por ejemplo, hablamos de las características propias del español rioplatense, del español de Andalucía o, de forma más general, del español peninsular para diferenciarlo del español de América. En todos los casos hablamos, aunque se trate de distintas modalidades —y, por ende, de distintas realizaciones—, de una misma lengua como en este caso sería el español.
En definitiva, la distinción entre los conceptos de lengua y dialecto depende tanto de factores lingüísticos como de aquellos que escapan de lo gramatical, pero que atañen a los hablantes. La literatura, la estandarización, la enseñanza o el uso público de dicho sistema de habla son algunos factores que determinan que se considere lengua o dialecto. A ello hay que sumarle la dificultad de delimitar qué es una lengua y qué es un dialecto, ya que, como se ha visto, las fronteras entre ambas nociones no son del todo claras y dependen de los factores que se quieran tener en consideración. En cualquier caso, hay que señalar que ambas nociones no son excluyentes, sino complementarias. Porque, como dijo el lingüista Max Weinrich, «una lengua no es más que un dialecto con Ejército y Armada».