Leon Hunter

¿Se deben traducir los nombres propios de persona?

¿Se deben traducir los nombres propios de persona?

¿Se deben traducir los nombres propios de persona?

Hace unos meses escuchamos, leímos y vimos la boda del príncipe Enrique de Inglaterra con Meghan Markle. En función del medio que consultáramos, Meghan Markle se había casado con Enrique o con Harry. No hace falta aclarar que, a pesar de que aparecieran tres nombres, quienes contrajeron matrimonio fueron dos personas. La misma confusión habría en otras lenguas como el catalán o el francés, donde también se lo conoce como el príncep Enric o como le prince Henry. Ahora bien, la pregunta que debemos plantearnos es la siguiente: ¿por qué traducimos los nombres de pila? ¿En qué casos debe hacerse y en cuáles debe evitarse? En las próximas líneas trataremos de explicar de forma sencilla por qué traducimos los antropónimos, como ya hicimos en este artículo sobre endónimos y exónimos.

Nombres equivalentes

Lo primero que cabe mencionar es que hay nombres de pila que se repiten en varios idiomas, generalmente con el mismo origen, como puedan ser el santoral o la mitología clásica. Por este motivo, hay «equivalencias» en algunos de estos nombres. Por ejemplo, el nombre de Alejandro tiene su equivalente en Alexandre —antropónimo presente en catalán, portugués, gallego o francés— y en Alexander, forma propia del alemán, el inglés o el danés, por citar tan solo algunos ejemplos. Algo similar ocurre con el nombre de José, presente en varias lenguas de muy distinta manera: Giusseppe (italiano), Josep (catalán), Josef (alemán), Joseph (inglés) o Iósif (ruso).

Esas equivalencias, en otros casos, pueden producirse entre nombres cuyo origen es radicalmente distinto. Esto tiene lugar en la equivalencia entre nombres en euskera y en español, como en los casos de Kepa (equivalente a Pedro) o Koldo (Luis en español). Un ejemplo lo encontramos en el lingüista Koldo Mitxelena, a quien también se lo conoce como Luis Michelena: «Luis Michelena recibió anteayer en Vitoria el premio Ossian que concede la fundación alemana FVS por su dedicación al desarrollo y al estudio de la cultura vasca» (El País, 12/3/1983) o «Koldo Mitxelena supo aunar como pocos la sabiduría y el amor por el euskera» (El Mundo, 20/8/2015).

¿Traducción o transcripción?

También es conveniente mencionar que, en muchos casos, no se trata de traducciones, sino de transcripciones de los nombres. Este proceso, que también se llama romanización —porque se transcribe un nombre de otro alfabeto hacia el alfabeto latino—, lo podemos observar en algunos nombres de pila de personajes públicos. Además del proceso de transcripción, cada lengua lo adapta a su grafía (en el caso del español, este proceso se denomina hispanización).

Pongamos por caso el nombre del presidente de Rusia. Su nombre de pila es Влади́мир Пу́тин, y en español o inglés se transcribe como Vladimir Putin. Sin embargo, en francés, por cuestiones fonéticas, se transcribe como Vladimir Poutine. En las cuatro lenguas se pronuncia igual el nombre del máximo mandatario ruso, pero la forma de representar su nombre en el plano gráfico varía en función de la lengua.

Dicho esto, ¿se deben traducir los nombres de persona?

Como se ha mencionado, existen nombres «equivalentes» en diferentes lenguas, de modo que no es raro encontrar nombres hispanizados referidos a personas cuya lengua es distinta de la española. En zonas bilingües se puede dar el caso de que a una persona la llamen de dos maneras distintas. Además de los casos mencionados sobre el euskera, también en Cataluña, por ejemplo, conviven los nombres de Dolores y Dolors, Pere y Pedro, Jorge y Jordi, Carme y Carmen, Ángeles y Àngels, etc.

Desde la Real Academia Española se recomienda utilizar, tanto para los nombres como los apellidos de personas extranjeras, el nombre que esas personas tuvieran en su lengua de origen (El buen uso del español, 2013, p. 216). En el caso mencionado de las zonas bilingües, lo correcto será usar el nombre de pila de la persona que lo porta —ya sea en catalán, euskera o castellano— aunque hablemos en castellano.

No obstante, lo que menciona la Academia es la tendencia actual en el tratamiento de nombres de persona; hasta hace no mucho, era frecuente que se hiciera referencia a Carlos Marx, Federico Engels o León Tolstoi. De hecho, buena parte de los artistas del Renacimiento los conocemos con nombres hispanizados: Miguel Ángel (Michelangelo Buonarotti), Rafael (Raffaello Sanzio) o Alberto Durero (Albrecht Dürer) son algunos ejemplos. También podríamos aludir al caso de Ramon Llull (nombre catalán), también conocido en castellano como Raimundo Lulio, en francés como Raymond Lulle, en latín como Raymundus Lullus y en inglés como Raymond Lully.

No obstante, la hispanización no se aplica en todos los casos, pues a otros autores —por seguir con el ejemplo— los conocemos con su nombre de pila como Giorgio Vasari (y no Jorge), Giovanni Bellini (y no Juan) o Paolo Veronese (y no Pablo). A este respecto, en la Ortografía de la lengua española queda recogido lo siguiente:

Frente a la preferencia actual, en otras épocas los antropónimos que correspondían a personajes históricos extranjeros solían someterse a un proceso de hispanización, bien por traducción o equivalencia, bien por adaptación al español: Juana de Arco (de Jeanne d’Arc), Tomás Moro (de Thomas More), Ana Bolena (de Anne Boleyn) […] (2009, p. 633).

Excepciones

A pesar de que la traducción de los nombres propios procedentes de otras lenguas cada vez tenga menos acogida, lo cierto es que aún hay ciertos ámbitos en los que es frecuente la hispanización de los antropónimos. El primer caso lo encontramos en los nombres de los papas; verbigracia, el nombre del papa Benedicto XVI —cuyo nombre de pila es Joseph Ratzinger— es conocido en cada lengua con su equivalente: Benedict XVI, Benedetto XVI, Bento XVI, etc.

Otro caso que conviene mencionar es el de los nombres de los miembros de la realeza; así, la reina Elizabeth II o el príncipe William son conocidos como Isabel II o el príncipe Guillermo, si bien es cierto que cada vez es más frecuente que se conserve el nombre sin recurrir a la equivalencia en castellano: «El gran trauma del príncipe William: “Todavía me resulta muy difícil hablar de eso”» (La Nación, 25/1/2019).

También se mantienen las hispanizaciones en los casos de nombres de personajes históricos —como ocurre con Alejandro Magno, Carlomagno, Atila, Abderramán III, Adriano, Avicena— y nombres de santos —san José, san Esteban, san Juan, etc.—. También, como se especifica en la OLE, se mantienen las traducciones en los casos de personajes históricos con apodo o apelativo, como ocurre con Pipino el Breve, Wifredo el Velloso, Carlos el Calvo, Carlos III el Gordo o Luis el Germánico.

En definitiva, la traducción —o hispanización— de los nombres propios no es una cuestión sencilla, puesto que casi depende de cada caso el que se busquen equivalentes en nuestra lengua. Como se ha mencionado a lo largo de estas líneas, hoy en día se tiende a mantener el nombre de pila en la lengua de origen, aunque aún encontramos excepciones en los ámbitos mencionados. Sea como fuere, quizá sea mejor, para no llevarnos ninguna sorpresa, que no traduzcamos nombres como el de Will Smith o Steve Jobs.