Las expresiones latinas siempre embellecen un texto. Se podría decir que dotan al texto de cierto nivel y permiten que el lector sepa que quien escribe tiene ciertas —o muchas— nociones de latín. El saber latín siempre se ha tenido en buena estima, como se puede comprobar cuando alguien dice que «Fulanito sabe latín», en alusión a que esa persona es inteligente, pues domina la lengua latina. Sin embargo, hay quienes pretenden hacer ver que saben latín a través del uso de tales expresiones. Esta es un arma de doble filo, pues puede darse la paradoja de que, por intentar parecer culto, se demuestre lo contrario.
Antes que nada, conviene hacer algunas consideraciones terminológicas. Por una parte, el latinismo es, grosso modo, una expresión procedente del latín. Decir esto puede que no solucione mucho. O quizá sí. Una de las razones por las que se niega la muerte del latín estriba precisamente en el hecho de que la lengua latina sigue prestando voces a otras lenguas. Por otra parte, el latinajo es la forma despectiva y coloquial con la que se hace referencia a una voz latina usada en nuestra lengua. También hace referencia al latín macarrónico, es decir, a aquella variante del latín gramaticalmente incorrecta por ser usada de forma burlesca. Es, dicho de otro modo, un latín mal hablado a propósito.
Es frecuente oír —y lo que es peor, leer— expresiones como *a grosso modo, *status quo o *de motu propio, por poner tan solo algunos ejemplos. Incido en el hecho de que es peor leerlas que oírlas porque, hoy por hoy, con los medios que tenemos a nuestro alcance, podemos saber cómo se utilizan esas expresiones, qué significan y, sobre todo, cómo se escriben. No es tan difícil, vaya. Requiere tener un minuto para buscar en un diccionario el significado de la expresión, y en un corpus las diferentes formas de emplearla y los contextos en los que se debe utilizar. Las tres expresiones mencionadas son muy comunes; ahora bien, lo peor no es el hecho de que estén mal dichas o escritas, sino la intención comunicativa que esconden, pues todas las expresiones tienen su equivalente en castellano, ya sea en una o varias palabras. A grandes rasgos tiene el mismo significado que grosso modo, de la misma manera que motu proprio —no de motu proprio— podría sustituirse por voluntariamente, por ejemplo. Con respecto a la expresión statu quo —pronunciada [estátu-kuó] y no [estátu-kúo]—, cabe señalar que significa, literalmente, «el estado en el que/cual», pues es un acortamiento de la expresión latina in statu quo ante bellum, que podría traducirse como «el estado en el que estaban las cosas antes de la guerra».
Para dar cuenta de que no es ficción, aquí van algunos ejemplos en los que aparecen mal escritas las locuciones anteriormente mencionadas:
El último ha sido el impoluto (hasta hoy) alcalde de París, el chiraquiano Chirac, que ha desvelado «a grosso modo» su patrimonio (Josep M. Soria, La Vanguardia, 16/03/1995, CREA).
Virna, de motu propio, le había entregado en el set de filmación aquella foto, que viajó igualmente en avión del Primer al Tercer Mundo, todo un día de diciembre (Carlos Polimei, Luca, 1999, CREA).
El PCP propugna el status quo. Dejar estar lo que está. (El País, Alvaro Cunhal: «Eurocomunismo, una moda que pasará», 28/09/1977, CREA).
El ablativo, un caso problemático
El mal uso de las locuciones latinas es debido, en buena medida, a la adición de preposiciones ante tales locuciones. Para explicar esto hay que acudir al caso ablativo del latín, pues con este se expresa, principalmente, que la palabra cumple la función de complemento circunstancial —excepto en las oraciones de ablativo absoluto, también llamadas «Cicerone consule»—. Es decir, la expresión ipso facto, que está en ablativo, lleva implícita la preposición, y se traduciría como «por el hecho mismo». O dicho de otro modo: cuando una palabra aparece en ablativo —e. g., insulā ‘isla’— debe traducirse siempre con una preposición delante; generalmente, son las siguientes: en, con, por, de o desde. Siguiendo el ejemplo, la traducción de insulā podría ser «en la isla», «por la isla», «desde la isla», etc. Por este motivo, es redundante escribir una preposición delante de estas locuciones, como en *de per se, *de motu proprio o *de ipso facto, pues están en caso ablativo.
También da problemas el ablativo en las expresiones stricto sensu y lato sensu, pues a menudo pueden verse variantes como *strictu sensu o *latu sensu, respectivamente. Esto se debe, principalmente, a que las palabras que componen la locución pertenecen a declinaciones distintas. Stricto es el ablativo de strictus, participio de perfecto del verbo stringo ‘ajustar, apretar, comprimir’. Sin embargo, sensu —al contrario que strictus— no es de la segunda declinación, sino de la cuarta, de tal modo que la forma de ablativo singular es sensu, no senso. Para explicar el porqué de expresiones como strictu sensu, por tanto, cabría hablar de cierto «contagio vocálico» o, simplemente, analogía.
Precisamente por analogía se emplean mal otras expresiones latinas. Sirvan de ejemplos dos locuciones latinas: modus operandi y mutatis mutandis —no *mutatis mutandi—. La palabra modus ya ha aparecido en grosso modo, pero ahora lo hace en caso nominativo. El término operandi —procedente del participio de futuro pasivo del verbo operō ‘obrar’— está en genitivo, no en ablativo, de tal forma que la expresión podría traducirse por «modo de obrar». Pues bien, quizá por analogía es frecuente encontrar la forma *mutatis mutandi. La palabra mutatis es la forma en ablativo plural del participio de perfecto latino del verbo mutare —que ha originado en castellano los verbos mudar y mutar—. Por su parte, mutandis es el ablativo plural del participio de futuro pasivo de dicho verbo. De este modo, la expresión se traduciría, literalmente, como «cambiadas las cosas que deban ser cambiadas». O, de forma menos literal, «cambiando lo que haya que cambiar».
Habiendo visto los ejemplos anteriores, resulta evidente que hay que tener interiorizadas ciertas cuestiones relativas a la gramática latina antes de utilizar este tipo de locuciones. Es muy fácil y muy frecuente caer en errores referidos, principalmente, al caso en el que se encuentran las palabras. Pero también lo es en lo que concierne al significado de estas; a menudo se confunden los significados de estas locuciones, como ocurre con id est y exempli gratia. La primera equivale a «es decir», mientras que la segunda podría sustituirse por «por ejemplo». Quizá se agrave la confusión porque ambas locuciones aparecen como abreviaturas —i. e., y e. g., respectivamente—. En resumen, cabría decir que es preciso no abusar de latinismos si no hay una base decente de latín. Dixi.