Los diccionarios son aquellas obras que recogen las palabras de una lengua —o varias— y aportan definiciones acerca de ellas. Estas definiciones son proporcionadas por expertos, lo que incluiría tanto a lexicógrafos como a aquellas personas doctas en la materia en la que se enmarca una determinada palabra. Dichos expertos forman parte de diferentes comisiones que se encargan de los distintos apartados que pueda tener cualquier diccionario. En la página web de la RAE queda especificado que los diccionarios son fruto del trabajo de distintas comisiones que se concitan para llevar a cabo obras lexicográficas como el Diccionario de la lengua española, el Diccionario de Americanismos o el Diccionario del español jurídico.
Por ejemplo, en la elaboración del Diccionario del español jurídico no solo se ha contado con lingüistas y académicos, sino también con juristas y otros expertos en derecho para que la terminología recogida en dicha obra, así como sus definiciones, sea la correcta.
¿Hay ideología en los diccionarios?
Antes que nada, conviene diferenciar la noción de ideología en los diccionarios con los diccionarios ideológicos. Estos últimos son aquellos cuyo vocabulario aparece ordenado en torno a ideas. El más conocido en lengua española es el Diccionario ideológico de la lengua española, de Julio Casares. Dicho esto, ¿se puede decir que los diccionarios tienen ideología? Hace un tiempo surgió la polémica en torno a la expresión sexo débil, definida en el DLE como ‘conjunto de las mujeres’, pero sin marca alguna de uso. En la penúltima actualización, la marca que se añadió fue la de ‘usada con intención despectiva o discriminatoria’.
El problema que planteaba esta expresión no redundaba en el hecho de que aparezca en el Diccionario —al final, esta obra nada más que notaria de las voces que utilizan los hispanohablantes— sino en la marca que debería ir asociada a tal expresión, pues es posible interpretarla como expresión con sentido irónico. No obstante, sexo débil también aparece recogida en el Diccionario de uso del español de María Moliner, o el Diccionario Clave. De hecho, en esta última, en la definición de sexo débil aparece la marca de eufemismo.
Como resulta evidente, la incorporación del sintagma sexo débil en estos diccionarios responde a un pensamiento de los hablantes en el que sí caben interpretaciones ideológicas. Asimismo, la ideología en los diccionarios puede mostrarse a partir de los términos con que se definen las diferentes entradas de un diccionario. Por ello, es conveniente destacar la siguiente cita del Preámbulo de la 23.ª edición del Diccionario de la lengua española, en el que se menciona lo siguiente:
La corporación examina con cuidado todos los casos que se le plantean, procura aquilatar al máximo las definiciones para que no resulten gratuitamente sesgadas u ofensivas, pero no siempre puede atender a algunas propuestas de supresión, pues los sentidos implicados han estado hasta hace poco o siguen estando perfectamente vigentes en la comunidad social. Del mismo modo que la lengua sirve a muchos propósitos, incluidos algunos encaminados a la descalificación del prójimo o de sus conductas, refleja creencias y percepciones que han estado y en alguna medida siguen estando presentes en la colectividad. Naturalmente, al plasmarlas en un diccionario el lexicógrafo está haciendo un ejercicio de veracidad, está reflejando usos lingüísticos efectivos, pero ni está incitando a nadie a ninguna descalificación ni presta su aquiescencia a las creencias o percepciones correspondientes.
Un ejemplo: el matrimonio
Otro ejemplo similar lo encontramos en la definición del término matrimonio. En la 22.ª edición, la definición de matrimonio era esta: ‘Unión de hombre y mujer, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses’.
En la última edición, publicada en el año 2014, se incluyó como segunda acepción la siguiente: ‘En determinadas legislaciones, unión de dos personas del mismo sexo, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales, para establecer y mantener una comunidad de vida e intereses’.
Esto se debe, como hemos mencionado, a que el diccionario siempre va detrás de la sociedad; desde que se aprobó en España el matrimonio homosexual (en 2005) hasta que se publicó la siguiente edición del diccionario académico pasaron nueve años en los que el matrimonio, al menos para una institución como la RAE, no era lo que una parte de la población también entendía como tal.
También es cierto que, aún en nuestros días, el matrimonio entre personas del mismo sexo no está permitido en otros países —por ejemplo, Ecuador, Paraguay o Bolivia—, por lo que la realidad social de estas zonas, aunque sean hispanohablantes, no se correspondería con esa segunda acepción (y por ello se especifica en el diccionario que es algo que ocurre en determinadas legislaciones).
¿Qué ocurre con los cónyuges y los amantes?
Este hecho se extendió a otras acepciones, como ocurre con el término cónyuge. En la penúltima edición del diccionario académico la definición era ‘consorte (‖ marido y mujer respectivamente)’. Con la enmienda de 2014, se cambió la definición por otra en la que no se especifica el sexo de las personas: ‘Persona unida a otra en matrimonio’.
Con la palabra amante podemos observar algo similar; en la edición actual no encontramos referencias al sexo de los referentes en ninguna de las acepciones; sin embargo, en la penúltima edición sí se especificaba tal condición: ‘Hombre y mujer que se aman’. Cabe mencionar que la enmienda a esta entrada del DLE llegó en 2014; hasta entonces, términos como matrimonio, cónyuge o amante solo se aplicaban —según el diccionario— a las parejas heterosexuales.
Podría pensarse que esto se debe a un pensamiento conservador por parte de la Real Academia Española, aunque también hay argumentos para defender lo contrario. Es cierto que las definiciones de esas tres palabras han convivido con los hispanohablantes hasta hace apenas 5 años, pero la sociedad había cambiado mucho antes, por lo que las definiciones recogidas resultaban ya un tanto anacrónicas.
No obstante, hay que mencionar que la RAE incorporó enmiendas tan pronto como pudo, es decir, cuando se publicó una nueva edición del diccionario académico (13 años de diferencia entre la 22.ª y la 23.ª edición). Además, tampoco podemos mirar al pasado con los ojos del presente; en el diccionario aparecía matrimonio en el sentido con que se había mantenido durante siglos y, por lo tanto, así lo registraba la Academia.
Respecto a la pregunta que encabeza este artículo, por tanto, cabe decir que es posible percibir el sesgo ideológico en un diccionario por el simple hecho de que la definición de un concepto no es algo ajeno a los hablantes, sino que la construimos nosotros. Además de ello, de encasillar a un diccionario en un espectro ideológico concreto, tendría que ser necesariamente conservador, pues su función consiste en dar cuenta de los términos que se usan —y los que se usan cada vez menos— y, por consiguiente, siempre ha de ir un paso por detrás de la sociedad. Si fuera por delante, seguramente nos quejaríamos con razón de que nos estarían imponiendo determinadas palabras. Al final, la lengua es un sistema en constante evolución y construcción, cuyas palabras cambiarán por acción de sus hablantes y, como consecuencia, así aparecerán en los diccionarios.