Somos muchos los que hemos sido testigos de cómo algunas personas ponen en tela de juicio la capacidad del traductor para poder realizar distintos encargos profesionales y hacerlos bien. «Para quien tiene miedo, todo son ruidos», decía Sófocles, y es que el temor a perder clientes o que otros irrumpan en el mercado y se lleven el trozo de pastel es una constante entre algunos emprendedores.
El poder de la tecnología para el traductor
El calado de la tecnología en nuestro día a día ha traído, como ya se ha compartido cientos de veces en la red, un cambio cultural que afecta, también, al modo en que trabajamos. Aunque, evidentemente, todo tiene sus ventajas y desventajas, en mi caso prefiero centrar los esfuerzos en los aspectos más positivos. Internet es un escaparate perfecto para todo tipo de empresas y profesionales, en el que podemos contar a los demás lo buenos que somos haciendo algo, cuánto sabemos y en qué nos diferenciamos. Claro, hemos de ser conscientes de que esta exposición implica que haya quienes quieran copiarnos por el interés y atracción que generamos y convertirse en una competencia real. Pero no hay que olvidar que, gracias a la tecnología, se han creados nuevas posiciones y actividades, que antes eran impensables o muy complicadas, y que requieren, más que nunca, de ciertas capacidades y no solo de conocimientos.
Los traductores, un profesional del futuro
El futuro del trabajo, que es ya hoy una realidad, demanda profesionales con habilidades de lo más variadas en función de las posiciones que van a ocupar. Si algo maravilloso me ha traído el emprendimiento es conocer gente diferente, que me enriquece cada día. Entre todos estos seres humanos, he conocido muchos casos de físicos, químicos, filósofos, historiadores o ingenieros informáticos, entre otros, que se dedican a temas completamente diferentes a los que tendrían más sentido por su educación. Y es que las habilidades personales y la pasión son factores que han entrado a formar parte indispensable de la ecuación en la búsqueda de nuevas oportunidades profesionales y de talento, si pensamos en los especialistas en selección. Con esto no quiero decir que quien ha estudiado filosofía no sea la persona más adecuada para desarrollar un trabajo específico en este campo, sino que no todo el mundo que ha estudiado una carrera determinada acaba desarrollándose en ese ámbito.
A esto se añade el hecho de que hay carreras universitarias que, por su concepción misma, resultan muy versátiles para el mercado laboral. Una de ellas es el grado en Traducción e Interpretación, que ofrece no solo práctica de traducción en distintas lenguas o de la tecnología más actual aplicada a esta actividad, sino formación muy útil en comunicación multicultural, gestión del cambio, emprendimiento o marketing, por nombrar algunas de las opciones. Este tipo de formación permite a una persona poder incorporarse a distintas posiciones y es que la visión global y la capacidad relacional —de comunicarse efectivamente— son ingredientes básicos casi en cualquier trabajo. Si por algo nos caracterizamos aquellos que hemos estudiado Traducción e Interpretación es precisamente por ser tremendamente versátiles y esto provoca que haya quienes nos puedan ver como una amenaza. No obstante, me pregunto:
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¿Es que no se puede aprender una disciplina nueva tomando como base la formación que se tiene? ¿Cuántos ingenieros, por ejemplo, hay reconvertidos en traductores? Siempre y cuando se respete la profesión, estudiando o adquiriendo los conocimientos necesarios para poder desarrollar una buena actividad, creo que es juego limpio.
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¿Quién dijo que un traductor solo sabe escribir en varios idiomas? Efectivamente, los traductores pasamos textos de una lengua a otra, pero también editamos contenido, lo revisamos, lo creamos… y esto sin contar nuestra habilidad para aprender en tiempo récord nuevos software y aplicaciones. Adicionalmente, podemos ejercer de guías turísticos, ocupar un puesto en un hotel, ejercer la docencia de idiomas, de mediadores lingüísticos o de gestores empresariales. Todo parte de la actitud y pasión de cada cual y no tanto de si las lindes de la carrera universitaria están aquí o más allá.
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¿Acaso no existen grandes empresarios procedentes de una licenciatura en física, química o filosofía? ¿Por qué nos empeñamos en ser tan inflexibles? ¿Por qué un astrofísico no puede reconvertirse en director de Recursos Humanos? Lo fundamental, según lo veo yo, es mostrar respeto por la profesión y los colegas que se afanan en dar un buen servicio, algo que nos repercute a todos. Con tesón y disciplina todo se puede aprender.
Y para muestra un botón. Elena Fernández, de quien ya he hablado en algún otro artículo, es una buena muestra del carácter camaleónico de un traductor y de lo bien que puede llegar a hacer aquello que se propone. Tiene su propia empresa de traducción, para muchos lo mas lógico siendo ella traductora, pero también una escuela de formación en marketing para traductores, donde ayuda a otros colegas a poner en marcha sus propios negocios. Como vemos, los conocimientos y habilidades que se desarrollan en la universidad o en la formación profesional son útiles para toda la vida y no solo para un trabajo concreto. Forman parte de nuestra mochila personal, donde también guardamos las buenas y malas experiencias. Son esas habilidades las que nos diferencian de los demás.
Con todo, siempre habrá quien se podrá sentir amenazado por la capacidad o éxito de otros. Ante esto, generosidad y comprensión. No todo el mundo sabe enfrentarse a sus miedos, así que mi recomendación es seguir haciendo nuestro propio camino. Para concluir, terminaré con una frase del gran Morihei Ueshiba, fundador del arte marcial Aikido, muy acertada para el tema que nos ocupa:
“La vida es crecimiento. Si dejamos de crecer, estamos muertos técnica y espiritualmente.”