¿Qué es la ultracorrección?
Intentar hablar de la mejor manera posible también puede ser negativo. En esto consiste la ultracorrección; con muchas palabras y expresiones ocurre que, por ánimo de emplearlas correctamente, se acaban utilizando de forma errónea. Se trata, por tanto, de un fenómeno del que se puede inferir la intención comunicativa del hablante, que puede estar motivada por el deseo de dejar claro cierto conocimiento de la lengua. Y en la nuestra aparecen multitud de ejemplos de este tipo, como se irá viendo en las próximas líneas. Aunque, antes de nada, es preciso recurrir a El dardo en la palabra, de Fernando Lázaro Carreter, para esbozar una ligera idea del concepto:
La ultracorrección, que practican justamente los menos “correctos”, es una de las fuerzas que secularmente actúan en la evolución de las lenguas. Y estoy completamente seguro de que, sometido el asunto a referendo, el número de hablantes que optan u optarían por la forma espúreo superaría con mucho a quienes prefieren la legítima espurio. ¿Incultos? Sin duda, pero puesto a mojarme, confesaré, si no escandalizo, mi predilección por aquella (1997, p. 211).
Palabras espúreas
El uso de espúreo en lugar de espurio es uno de los más recurrentes a la hora de hablar de ultracorrección. Aunque, como es lógico, siempre hay un motivo detrás: el hablante percibe la terminación en –úreo como correcta, mientras que su variante con –i se considera, según este criterio, incorrecta. Son varios los ejemplos acabados en –úreo, como epicúreo, fulgúreo, purpúreo o sulfúreo. Todos estos términos proceden del latín, y en todos los casos acaban en –ureus. ¿Qué ocurre con espurio? Pues ocurre que procede de la voz latina spurius ‘bastardo’, ‘hijo ilegítimo’. Si siguiéramos por estos derroteros, podríamos acabar en la voz griega σπείρω ‘sembrar’, que a su vez se relaciona con el término σπέρμα ‘semilla’, ‘semen’. En cualquier caso, basta con recurrir a la lengua inglesa para darse cuenta de que, en efecto, no dicen spureous, sino spurious.
El problema de «-icción»
No es este el único ejemplo en español. A menudo, las palabras acabadas en –ición reciben, de forma gratuita y sin gastos de envío, una c, quizá por influencia de las palabras terminadas en –icción. Un término muy recurrente en nuestros días es la palabra sedición; pues bien, no es raro leer en prensa su variante sedicción (sic): «El delito de sedicción se encajaría dentro de los delitos contra el orden público y estaría penado con 15 años de cárcel e inhabilitación» (teinteresa.es, 27/09/2017). Esto mismo ocurre con otros términos como inflación o concreción, a los que suele añadírsele una letra de más:
La inflacción interanual se queda en el 1,9% según informó el gobierno de Donald Trump (Expansión, 14/09/2017).
No obstante, los socialistas y ciudadanos criticaron la falta de concrección de algunos puntos, y Compromís y el PSOE pidieron que el plan se acompañe con un paquete de medidas […] (ABC, 10/10/2017).
Esta decisión fue provocada por una fuerte oposición de la aficción de Vallecas a su incorporación debido a la ideología política del futbolista. (El Correo, 30/10/2017).
El fenómeno de la epéntesis
En los casos anteriormente mencionados se produce una epéntesis —i. e., la adición de un sonido en interior de palabra—. Pero hay más casos en los que esto ocurre. Por ejemplo, para evitar la terminación en –ao —puede que por considerarse variante coloquial de –ado— es recurrente encontrar formas como bacalado en lugar de bacalao. También es posible la deformación de palabras por desconocimiento de la pronunciación de la palabra, como ocurre con idiosincracia. Es probable que el hablante, en este caso, considere la forma idiosincrasia como variante seseante; además, se da una asimilación del elemento compositivo –cracia, que encontramos en formas como aristocracia, democracia, oclocracia o timocracia. A esto hay que añadirle que en nuestra lengua solo hay dos formas acabadas en –asia: idiosincrasia y discrasia. A pesar de ello, no podemos eximir —y no *exhimir— de culpa a quienes escriben esto:
La organización ha recordado que otras veinte ciudades competían para acoger el Womex 2018 y que se eligió Las Palmas por su idiosincracia artística, la tricontinentalidad, las conexiones aéreas y el apoyo de las autoridades locales (eldiario.es, 28/10/2017).
Sus interpretaciones de bambucos y pasillos han pasado de generación en generación y hoy hacen parte de la idiosincracia colombiana. (Semana, 11/6/2017).
Con eximir ocurre algo similar. Es probable que por asimilación con otras voces como exhibir o exhumar, a esta palabra —cuya forma latina, eximere, no presenta una h en interior de palabra, como sí ocurre con las otras dos— le hayan añadido una letra por descuido. Por este motivo, es frecuente leer que a alguien lo van a exhimir de su responsabilidad.
Infinitivo y dequeísmo
También es frecuente, como queda recogido en la Nueva gramática de la lengua española, que se utilice el imperativo en lugar del infinitivo: «La pauta No hablad, creada por ultracorrección, se documenta ocasionalmente en textos españoles antiguos y modernos» (§ 42.3g). Este intento de no usar el infinitivo en lugar del imperativo propicia que, en ocasiones, se generen oraciones como *tenéis que callaos. Aplicado también al paradigma verbal, los fenómenos del queísmo y el dequeísmo surgen para evitar caer en incorrecciones. De este modo, no es raro leer *a pesar que en lugar de a pesar de que, quizá por el ánimo de no incurrir en el dequeísmo. También puede ocurrir al contrario, como en el caso del verbo olvidar(se). Cuando presenta la forma pronominal, el verbo va acompañado de un complemento de régimen, como en Se olvidó de que estábamos separados. Esto influye en la forma transitiva, como en la oración *Se le olvidó de que estábamos separados.
Conclusión
Como se ha podido ver a lo largo de estas líneas, la ultracorrección es un fenómeno interesante no solo desde un punto de vista puramente gramatical, sino también de percepción y actitud de los hablantes frente a la lengua. Esa perspectiva pragmática es la mejor forma de abordar por qué se producen las ultracorrecciones. Es decir, la ortografía, la sintaxis o la fonética nos alertan de la ultracorrección; pero es la pragmática la que permite ir a la raíz del asunto. Puede que esta sea una interesante línea de investigación para aquellos que se interesen en la lengua.
Referencias bibliográficas:
Lázaro Carreter, F. (1997). El dardo en la palabra. Barcelona: Penguin Random House.
Real Academia Española (2009). Nueva gramática de la lengua española. Madrid: Espasa.