El 17 de julio de 1936, estalló la insurrección militar contra el Gobierno de la II República, causando la posterior Guerra Civil española. Este conflicto enfrentó al bando fiel el legítimo estado, la República, contra los golpistas, liderados por el general Francisco Franco Bahamonde.
Ante este panorama, se hallaba el escritor y filósofo Miguel de Unamuno, que se encontraba ostentando el cargo de rector de la Universidad de Salamanca. En primera instancia, Unamuno apoyó la sublevación militar, pero con la llegada de agosto, la ciudad se vio sumergida en una ola de represiones, desapariciones y paseos.
Ante esta situación, Unamuno no pudo dejar atrás su sentido común y abandonó los ideales de los sublevados, que apoyó inicialmente. Comenzó a criticar duramente sus métodos e intentó iluminar a toda esa ola de jóvenes fanáticos, que habían dejado de lado la inteligencia, y se habían consumado en el odio y la muerte.
Contexto histórico.
Hacia finales de julio de 1936, la ciudad de Salamanca se veía completamente controlada por el bando sublevado. Amigos de Unamuno contrarios al régimen habían sido detenidos, fusilados o capturados. De entre ellos, se encontraban figuras tales como:
· El alcalde de la ciudad de Salamanca: Don Castro Prieto Carrasco, detenido y fusilado sin juicio previo un 29 de julio de 1936.
· Salvador Vila Hernández, exalumno de Unamuno en la universidad de Salamanca y amigo íntimo suyo. Fue detenido y fusilado sin juicio previo un 23 de octubre de 1936. Unamuno hizo gestiones para lograr su liberación, pero no tuvieron éxito.
· El pastor protestante anglicano Atilano Coco Martín, amigo íntimo de Unamuno, fue detenido el 31 de julio de 1936, contra él no constaba ningún delito formal, por lo que fue acusado de “propagador de noticias falsas” y fusilado meses después, un 9 de diciembre de 1936. Unamuno nuevamente trató de liberar a su amigo, pero tampoco tuvo éxito.
· El diputado José Andrés y Manso, detenido por su afiliación a la República, fue fusilado sin juicio previo pocos días después, un 29 de julio de 1936.
Dichos asesinatos opacaron la afinidad de Unamuno al bando sublevado. Que, como persona eminente en la ciudad de Salamanca, no paraban de llegarle peticiones de liberación por parte de los familiares de los detenidos en un último intento de liberarlos.
Llegará pues el 12 de octubre de 1936. Se celebra un acto solemne por el Día de la raza en la catedral de Salamanca al que asistiría Miguel de Unamuno, y figuras famosas de la época tales como: Carmen Polo (esposa de Franco y amiga de Unamuno), el general africanista Millán-Astray, el obispo de la diócesis Enrique Plá y Deniel y José María Plenam (gobernador militar de la plaza).
El discurso de Unamuno.
La conferencia fue iniciada por Unamuno, para más tarde dar la palabra a todos los conferenciantes. El tema principal programado en la conferencia fue: “la exaltación nacional, el imperio, la raza y la Cruzada”. En las conferencias se habló primeramente del imperio español y las esencias históricas de la raza, más tarde, los conferenciantes cargaron fuertemente contra Cataluña y el País Vasco. Sobre los conferenciantes versaba un odio y un rechazo a todo lo que ellos denominaban la “antiespaña” (compuesta por todos aquellos que no compartían los ideales de los sublevados).
Finalizado el último discurso, y sin que estuviese prevista su actuación, un Miguel de Unamuno muy enfadado por todo lo que había escuchado, se levantó de su asiento y se dispuso a dar un último discurso para cerrar dicho acto.
El discurso de Unamuno versa así:
“Ya sé que estáis esperando mis palabras, porque me conocéis bien y sabéis que no soy capaz de permanecer en silencio ante lo que se está diciendo. Callar, a veces, significa asentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Había dicho que no quería hablar, porque me conozco. Pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de una guerra internacional en defensa de la civilización cristiana. Yo mismo lo he hecho otras veces. Pero ésta, la nuestra, es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva (mas no de inquisición). Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la misma razón ellos pueden decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo Plá y Deniel, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer. Y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española que no sabéis. Ese sí es mi Imperio, el de la lengua española y no.” (Miguel de Unamuno (Núñez Florencio, 2014, p. 37)).
Unamuno fue cortado por la algarabía y el mismo general Millán-Astray, profirió gritos y golpes sobre la mesa al grito de: «¡Viva la muerte!» y «¡Mueran los intelectuales!». (José Millán-Astray (Núñez Florencio, 2014, p. 37)).
Millán-Astray procedió a con el método con el que se excitaba a los sublevados: “¡España!, ¡una¡, ¡España¡, ¡grande¡, ¡España!, ¡libre!”. Tras ello y con un público más calmado, Unamuno continuó con su discurso, pero esta vez cargando directamente contra Millán-Astray.
La réplica de Unamuno versaba así:
“Acabo de oír el grito de ¡viva la muerte! Esto suena lo mismo que ¡muera la vida! Y yo, que me he pasado toda mi vida creando paradojas que enojaban a los que no las comprendían, he de deciros como autoridad en la materia que esa paradoja me parece ridícula y repelente. De forma excesiva y tortuosa ha sido proclamada en homenaje al último orador, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán Astray es un inválido de guerra. No es preciso decirlo en un tono más bajo. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no se tocan ni nos sirven de norma. Por desgracia hoy tenemos demasiados inválidos en España y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología a las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes se sentirá aliviado al ver cómo aumentan los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray no es un espíritu selecto: quiere crear una España nueva, a su propia imagen. Por ello lo que desea es ver una España mutilada, como ha dado a entender.
Este es el templo del intelecto y yo soy su supremo sacerdote. Vosotros estáis profanando su recinto sagrado. Diga lo que diga el proverbio, yo siempre he sido profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España.” Miguel de Unamuno (Núñez Florencio, 2014, p. 37, revisado).
Una vez finalizado (o interrumpido) el discurso, varios soldados presentaron armas y el público abucheaba al filósofo. Unamuno salió del paraninfo de la mano de Carmen Polo. Polo era una gran admiradora de la obra de Unamuno y por ello lo protegió de la muchedumbre enfurecida. Ese mismo día, a Unamuno le fue quitada el acta de Concejal y su puesto de rector de la Universidad de Salamanca.
Los últimos días de su vida los pasó bajo arresto domiciliario, no podía salir de su hogar y su familia fue repudiada en la ciudad. Desgraciadamente, Unamuno fallecería meses después de su discurso, un 31 de diciembre de 1936, como causa presumiblemente de muerte la natural. Se ha especulado mucho de un posible envenamiento, pero apenas hay pruebas de ello.
El discurso de Unamuno tuvo una gran repercusión y su famosa frase: “Venceréis, pero no convenceréis” ha sido utilizada en diferentes contextos como una reflexión sobre la naturaleza humana y la naturaleza de los conflictos.
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