¿Existió la Escuela de Traductores de Toledo?
Mucho se ha publicado acerca de la labor que ejerció la Escuela de Traductores de Toledo en los siglos XII y XIII. La historiografía ha situado su fundación en la primera mitad del siglo XII gracias a la voluntad del monje Raimundo de Sauvetât (o Raimundo de Toledo), de la Orden de Cluny. Como mencionaremos más adelante, a esta escuela le debemos el conocimiento de las principales obras de filosofía y religión de autores clásicos. Ahora bien, ¿cómo era dicha escuela? ¿Se puede hablar de una escuela como tal?
La figura de Alfonso X el Sabio
La Escuela de Traductores de Toledo está estrechamente vinculada al reinado de Alfonso X, que tuvo lugar entre 1252 y 1284 en Castilla y León y los territorios conquistados en Al-Ándalus desde la fecha de su ascenso al trono hasta su muerte. La figura del rey es reconocida internacionalmente, como afirma Carlos Alvar (2010), por su «política de protección a las letras, por una parte, y su impulso de los estudios científicos, especialmente con el establecimiento de unas tablas astronómicas que permitían cálculos de gran exactitud» (p. 114).
Asimismo, la actividad de Alfonso X fue especialmente prolífica en la producción de obras literarias —prueba de ello son las Cantigas de Santa María o las Cantigas profanas—; científicas como el Libro de las Taulas alfonsíes o Los cuatro libros de la ochava espera; históricas, entre las que cabe destacar Estoria de España y Grande e General Estoria; y legales, como el Fuero Real o las Siete Partidas.
También es relevante su figura en la historia de la lengua española, pues en su reinado quedó establecido que los documentos administrativos, legales o jurisdiccionales se emitieran en lengua romance, y solamente aquellos que iban destinados a otros reinos lo harían en latín. De este modo, el romance castellano quedaba fijado como la lengua de la cultura, la legislación y la ciencia en el reino castellanoleonés:
Alfonso X emprendió desde su corte el proyecto cultural más ambicioso promovido por monarca alguno de nuestra Edad Media y, por su mecenazgo e impulso, se expresaron en lengua vulgar materias que hasta entonces estaban reservadas al latín y al árabe […]. El castellano fue la lengua preferida para las prácticas jurídicas y administrativas concernientes al conjunto del señorío castellano-leonés porque ya desde años atrás, desde mediados del siglo XII, al menos, Castilla era el reino con más peso demográfico, de mayor extensión territorial y con una economía más pujante.
(Fernández-Ordóñez, 2004, p. 382).
La Escuela de Traductores de Toledo
Como ya hemos mencionado, la Escuela de Traductores de Toledo es la responsable de la traducción de las obras de filosofía, religión, astronomía, física, matemáticas o alquimia procedentes del mundo árabe, desde los principales tratados de filósofos árabes como Al-Kindi, Al-Farabi o Avicena, hasta las obras de autores grecolatinos que los árabes habían traducido a su lengua y que en Europa se habían perdido durante siglos.
Gracias a la traducción al latín de estas obras, que previamente tradujeron los árabes, pudo tener lugar el Renacimiento en Europa. Con Alfonso X, además, esas obras comenzaron a traducirse a la lengua romance, con lo que se permitía que el conocimiento contenido en dichos tratados tuviera un mayor alcance (Niederehe, 1987, p. 197).
¿Por qué se duda de su existencia?
Hoy en día, la concepción de la Escuela de Traductores como una escuela en sentido estricto queda en entredicho; Ramón Menéndez Pidal (1968) fue uno de los primeros autores en cuestionar tal escuela: «Si por escuela se entiende el conjunto orgánico de maestros, escolares, aulas y bedeles, no existió escuela de traductores ni nadie pensó que pudiera existir» (p. 36).
También para algunos historiadores, como Carlos Alvar (2010), la idea de una Escuela de Traductores en Toledo procede de la historiografía romántica y posromántica, pero no puede hablarse de una organización que se dedicara a tal actividad porque no existen pruebas fehacientes de su existencia.
El filólogo y traductólogo J. C. Santoyo (2004) va más allá, hasta el punto de asegurar que «nunca hubo una Escuela de Traductores en Toledo, ni en el siglo XII con el obispo Raimundo, ni en el XIII con Alfonso X el Sabio. Ni hubo tal escuela en esos siglos ni la hubo tampoco en Toledo» (p. 99). También Clara Foz (2000) asegura que no existen las pruebas suficientes que demuestren su existencia:
El análisis de los datos relativos a los traductores de esta época [siglo XII] y a su itinerario revela en efecto que Toledo no fue más que uno de los lugares visitados por algunos doctos del siglo XII… Nada indica que existiera en la capital castellana un espacio propicio para las actividades de traducción o una verdadera dirección de los trabajos (p. 105).
Sí se puede hablar, como es evidente, de un importante foco de actividad cultural que tuvo lugar en la ciudad de Toledo, en el que participaron traductores judíos, italianos y procedentes de los reinos hispánicos. Por tanto, aunque no hubo ninguna organización, fundación o Iglesia que respaldara la labor de los traductores, sí hubo traductores que trabajaron de manera individual, generalmente dependientes de mecenazgo o patronazgo, que tradujeron, primero al latín y después al castellano, las principales obras que llegaron al reino.
Referencias bibliográficas:
Alvar, Carlos (2010). Traducciones y traductores. Materiales para una historia de la traducción en Castilla durante la Edad Media. Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos.
Fernández-Ordóñez, Inés (2004). Alfonso X el Sabio en la historia del español. En Cano, R. (coord.), Historia de la lengua española (pp. 381-422). Barcelona: Ariel.
Foz, Clara (2000). El traductor, la Iglesia y el rey. Barcelona: Gedisa.
Menéndez Pidal, Ramón (1968). España, eslabón entre la cristiandad y el islam. Madrid: Espasa-Calpe.
Niederehe, Hans-Josef (1987). Alfonso X el Sabio y la lingüística de su tiempo. Madrid: SGEL.
Santoyo, J. C. (2004). La «escuela de traductores» de Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana. En Grupo TLS (ed.), Ética y política de la traducción literaria (pp. 99-121). Málaga: Miguel Gómez Ediciones.
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