Ética: el arte del buen obrar y la felicidad

¿Qué es la ética?
La ética es la rama de la filosofía que se ocupa de estudiar el comportamiento humano en relación a los actos y nuestros principios morales. Establece un estándar para definir qué es bueno y qué es malo, lo que da lugar a corrientes que se contraponen y tratan de definir qué es la felicidad. Si en esta definición de la ética tan concentrada te ha confundido, no te preocupes, porque en este artículo vamos a desgranar poco a poco a qué se dedica esta disciplina y su presencia en nuestro día a día.
Esta es la rama más práctica de la filosofía, y está presente en cada una de las decisiones que tomamos. Estudia nuestros nuestros actos y pensamientos, porque la forma que tenemos de obrar habla de nosotros mismos. ¿Qué opino sobre la vida y la muerte? Por ejemplo, sobre la eutanasia o el aborto.
Todos tenemos opiniones de lo que está bien o de lo que está mal, desde los impuestos hasta las guerras. Estos dilemas son éticos, y nuestra postura se define según nuestros valores morales. Los valores morales son el núcleo de nuestro pensamiento ético, y gracias a ellos separamos ideas y acciones en “buenas” o “malas”. Si valoro la vida por encima de todo, condenaré todo asesinato, pero si valoro moralmente la venganza, no dudaré en condenar a muerte a un asesino.
A diferencia de la metafísica, la ética tiene dos fines claros: hacer el bien y encontrar la felicidad. Muchos son los filósofos que relacionan la ética con la felicidad, puesto que establecer y definir límites en nuestra ética sirve para obrar de la forma que consideramos correcta, tratamos de vivir lo mejor que podemos de acuerdo a nuestras convicciones y circunstancias.
Es innegable que nuestros actos tienen consecuencias positivas y negativas tanto en nosotros como en quienes afectamos, y mientras la política se centra en la relación externa de esos actos (es decir, entre nosotros y la sociedad que construimos), la ética tal y como como la vamos a definir en este artículo tiene un carácter individual. Ética y política están estrechamente relacionadas, pero se diferencian esencialmente en que mientras la política está cargada de implicaciones éticas, la ética es independiente y no responde frente a la política.
Los orígenes de la ética.
Ahora que tenemos claro qué es la ética y sabemos a qué se ocupa, vamos a remontarnos (como siempre) a la antigua Grecia. Es aquí donde nace este pensamiento filosófico, y con el paso del tiempo tomará identidad hasta lo que conocemos por ética a día de hoy. “Ética” viene del griego “ethos”, que significa carácter/comportamiento. El nombre implica la importancia de los actos en nuestra vida, ya que la forma en la que nos comportamos define nuestro carácter y viceversa. Son nuestras acciones las que hablan por nosotros, y la ética era entendida entonces como “el arte del buen vivir”.
Cuando los primeros filósofos griegos hablan de ética, muchas veces también lo hacen de “la virtud«, pues esta es la actitud que nos lleva a obrar bien. Los filósofos se preguntaban si nacemos siendo virtuosos o si podemos convertirnos poco a poco en alguien ético, trataban de definir qué es exactamente la virtud.
Para Sócrates la virtud estaba estrechamente relacionada con el conocimiento en lo que llamamos “Intelectualismo Socrático”. El hombre virtuoso y ético es consciente de la realidad y el mal que puede causar, es por eso por lo que elige obrar bien y teniendo en cuenta a los demás. En resumen: la ignorancia es la causa de todo mal, por lo que la virtud se construye.
Por otra parte, Aristóteles dirá que la virtud se encuentra en el equilibrio, buscando siempre “el punto medio” entre dos antónimos del carácter. El punto medio entre el cobarde y el temerario es el valiente. El generoso entre el tacaño y el derrochador. Esa es la definición de virtud para Aristóteles, lo que lleva al hombre virtuoso a obrar bien, y ser feliz, entendiendo felicidad como el arte de vivir una buena vida.
Así comienza a fraguarse lo que hoy entendemos por ética, y poco a poco perdemos de vista la virtud para buscar imperativos sobre los que actuar, referencias que nos den un centro, una guía sobre cómo obrar bien, lo que nos lleva a las dos ramas éticas más dominantes de la actualidad, el utilitarismo y la deontología.
El utilitarismo: ética del bien mayor
El utilitarismo nace por la mano de Jeremy Bentham durante la revolución industrial inglesa, un periodo histórico que necesita resultados a toda costa. En esta época se acelera el desarrollo tecnológico, demográfico y económico de una forma nunca antes vista, lo que da lugar a nuevos desafíos éticos y políticos. Es en este momento de la historia donde la optimización de los procesos cobra una gran importancia.
La ética utilitarista es llamada una filosofía consecuencialista, puesto que valora las decisiones como “buenas” o “malas”en función de las consecuencias que genera. Podemos decirlo de la siguiente forma: “el fin justifica los medios”. Para decidir cómo obrar, Bentham plantea el “principio de utilidad”. De acuerdo a este principio, una acción es buena si produce mayor felicidad al mayor número de personas. Esto nos lleva a preguntarnos ¿Cómo podemos calcularlo? Bentham propone el “cálculo hedonista”, donde tiene en consideración el dolor y el placer en base a criterios como duración o intensidad, así como al número de individuos a los que se le aplica.
El utilitarismo aboga por buscar siempre lo que llamamos “el mal menor” en busca de un “bien mayor”, no tiene principios y solo atiende a los resultados. Imaginemos que una tribu con este pensamiento calculador cree que torturando sin descanso a un niño durante día y noche conseguirán una buena cosecha y no morir de hambre. De ser seguidores de Bentham, no dudarán en llevarlo a cabo. Si la esclavitud revierte en un balance positivo en cuanto a economía, comodidades y bienestar humano, el utilitarismo lo verá con buenos ojos. Incluso si tenemos que librar una guerra para mejorar nuestro nivel de vida, la postura utilitarista fomentará esta acción si resulta ser positiva para el grueso de las personas. Esta corriente ética trata de poner en una balanza beneficio y perjuicio para tomar decisiones en base a las consecuencias, tomando “decisiones difíciles” que atienden a los resultados, a su utilidad.
La deontología: el deber como principio ético
La deontología es formulada por Immanuel Kant como respuesta al consecuencialismo utilitarista. Kant es muy crítico con esta corriente al revisar los principios antes que las consecuencias. Adoptar una ética utilitaria como sociedad lleva a la justificación de actos horribles, y en contraposición al pensamiento de Bentham, crea la deontología, también conocida como la ética del deber.
Según Kant, la moral no depende de las consecuencias de nuestros actos, sino de los principios e intenciones que tenemos. A diferencia del utilitarismo, que ofrece respuestas particulares para cada caso, la deontología kantiana busca una fórmula a través de la que podamos obrar siempre de forma ética, una plantilla rígida y universal a la que atenernos cada vez que tomemos una decisión. Es aquí donde encontramos las claves de este pensamiento ético.
Intención y principios: Los principios son más importantes que cualquier otra cosa, y tenemos el deber de no romperlos. Si nuestra voluntad es hacer el bien y ayudar, será una buena acción independientemente de las consecuencias siempre y cuando respete el resto de principios. Dicho de otro modo, el objetivo de nuestra acción tiene que nacer desde el deber de obrar bien, no desde el placer, la conveniencia o las consecuencias que mis acciones puedan traer.
Autonomía moral: Para Kant, somos capaces de tomar nuestras propias decisiones sin dejarnos influir por el contexto. Aunque tenga la preferencia de comer carne y mi apetito me impulse en esa dirección, si yo creo y sé que eso no es bueno, mi voluntad, con sus principios morales se interpondrá entre los instintos que me impulsan y la acción que preferiría cometer. Todos tenemos preferencias, y estas suelen inclinarse hacia la comodidad, (como que me gusta el sabor de la carne, me sacia, me complementa con distintas vitaminas etc), y es por eso que la ética kantiana es incompatible con la comodidad. Nos obliga a regirnos a nosotros mismos y elegir conscientemente la alternativa incómoda, pero que en realidad sopesamos como moralmente mejor. Es de esta forma que define la libertad, como autonomía. Soy libre por mi capacidad de tomar decisiones que me resultan incómodas, de obrar de acuerdo a mi voluntad y no siguiendo mis apetitos. Porque cuando obramos de acuerdo a la consecuencia más cómoda y conveniente, no somos libres por tomar esa decisión, sino esclavos de nuestros propios instintos.
Dignidad humana: “Los seres humanos son un fin en sí mismo, nunca un medio para lograr un fin”. Esta frase resume perfectamente la concepción de dignidad humana para Kant. El ser humano es especial por tener voluntad y racionalidad, por su “autonomía moral”, lo que de acuerdo al fundador de la deontología nos da “dignidad”. Si tratamos a las personas como medios para obtener finalidades, (como a través del cálculo utilitarista), estamos obviando la dignidad humana. El utilitarismo nos invita a ver en la persona aquello que nos ofrece pero no aquello que es. Un cuerpo nos puede ofrecer sexo en el caso de una relación sexualizada, o un favor en el trabajo desde una relacion estrictamente laboral. La clave para entender la dignidad kantiana está en comprender los principios. No hay ningún problema en ofrecer sexo o favores, pero sí en solamente ver eso cada vez que miramos a una persona. Porque poco a poco la vemos a ella como una herramienta, a nosotros mismos como un utensilio y terminamos por volvernos esclavos de nuestro beneficio, olvidándonos de respetar tanto nuestra propia autonomía moral como la de los demás.
Imperativo categórico: La última clave de la filosofía kantiana es un principio moral universal. Cada uno tenemos que buscar una frase, un imperativo de acuerdo al cual pensemos que si todo el mundo obra de esa forma, las cosas irían como mínimo, mejor. Tenemos muchos ejemplos posibles: no causar sufrimiento a seres sintientes, ayudar siempre que pueda, ser leal a mis principios… Sea cual sea, tú te impones tu propio imperativo categórico. De esta forma, cada vez que tomes una decisión, será de forma más consciente, planteándote tu propia autonomía y si realmente estás haciendo lo correcto.
La deontología ha influido en códigos éticos contemporáneos, especialmente en áreas como la ética profesional y los derechos humanos, donde se establecen principios que deben respetarse independientemente de las circunstancias. Aún así, la deontología kantiana presenta problemas que no han pasado desapercibidos. Es una ética muy rígida que separa bien y mal de forma categórica y universal. Hay un sinfín de excepciones que nos pueden llevar a valorar las cosas de otra forma. Si mi imperativo categórico es decir siempre la verdad, pero diciéndola pongo en peligro una vida, ¿Qué hago?. Si tengo que elegir un mal menor, como matar a una persona para que no mueran cientos de miles, ¿Qué hago? La última problemática es que separa las emociones de las decisiones que tomamos, por lo que de forma abstracta y teórica, tiene muchos fuertes, pero en la realidad es difícilmente aplicable, a menos que tengamos una rectitud estoica o tomemos decisiones emocionales.
Conclusión
La ética es una disciplina filosófica clave para obrar mejor como individuo o como sociedad. Encontramos diversas posturas, y todas ellas apuntan hacia lo que consideran correcto y buscar la felicidad humana. Tenemos muchas para elegir y un cerebro que utilizar para plantearnos nuevas posturas o tomar aquello que más nos guste de cada una, la ética es un saber personal. Lo que está claro, es que pensar antes de obrar nos hace ser más conscientes de nuestras decisiones, con sus principios y consecuencias. Es por esto que considero que la ética es una rama esencial para mejorar el mundo, porque si vivimos en tiempos de infelicidad y falta de principios, eligiendo el mal (aunque sea menos), es inevitable volver al análisis ético de Sócrates, que no hay mal, sino ignorancia.
Por tanto, es nuestro deber como seres pensantes informarnos, aprender y cultivar nuestra ética, por nuestro bien y el de quienes nos rodean. A la utilidad le interesa que permanezcamos ignorantes, reduciendo las relaciones y decisiones a fríos cálculos. A la deontología reducirlo todo a principios y rectitud. Y yo, te animo a preguntarte: ¿Qué piensas tú?
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