¿Por qué son necesarios los eufemismos?
A menudo utilizamos determinadas palabras con las que evitamos, de forma deliberada, emplear otras que pueden considerarse malsonantes, hirientes o, simplemente, inadecuadas. Es lo que ocurre en determinados contextos o situaciones en los que resulta pertinente guardar cierto decoro con las palabras. Cualquier hablante competente de una lengua sabe que hay ciertos términos cuyo uso es considerado de mal gusto o grosero, independientemente del contexto en que se empleen.
La etimología del término nos remite al griego εὐφημισμός, derivado a su vez del verbo εὐφημίζομαι ‘decir buenas palabras’ —εὐ, en griego, significa ‘bien’, y φημί, ‘hablar’—. Los eufemismos están estrechamente relacionados con lo políticamente correcto. Y esto se debe a la consideración, a la hora de elaborar nuestros discursos, de cuáles son las connotaciones negativas que pueden tener determinadas palabras. Por este motivo, cada vez es mayor el número de manuales de lenguaje administrativo que ofrecen listas con términos «alternativos». Verbigracia, para evitar el empleo de expresiones como minusválido —de cuya morfología se puede inferir que el minúsvalido es, propiamente, alguien menos válido que otro— o disminuido, censurada por su significado: ‘que ha perdido fuerzas o aptitudes, o las posee en grado menor a lo normal’. Para reemplazar a estos términos se recurre a otros como persona con capacidades diferentes, persona con capacidades/necesidades especiales o personas con diversidad funcional.
En España, con la aprobación del Real Decreto 348/1986, se sustituyeron las expresiones subnormal y subnormalidad de las disposiciones reglamentarias vigentes. No obstante, en tal decreto se alude a la «ley 13/1982, de 7 de abril, de integración social de los minusválidos». Del mismo modo, en el artículo uno de dicha ley se alude a «la dignidad que les es propia, a los disminuidos en sus capacidades físicas, psíquicas o sensoriales […]». Es decir, en el propio texto jurídico se incluyen las dos palabras a las que hemos hecho referencia con anterioridad: minusválido y disminuido. Treinta años después, aquellas palabras que se utilizaban como eufemismos hoy se consideran inapropiadas. Quizá todo ello esté motivado, de alguna manera, por una mayor conciencia lingüística y social tal y como ocurre, por ejemplo, con el desdoblamiento de género. Cabría preguntarse, a su vez, si la lengua es capaz de cambiar la realidad o si, por el contrario, es la realidad la que cambia y la lengua la que se adapta. Al respecto de esta cuestión conviene traer a colación las palabras de Lázaro Carreter en El dardo en la palabra:
El eufemismo delata siempre temor a la realidad, deseo vergonzante de ocultarla, antifaz de lenguaje impuesto a su rostro verdadero, y, en definitiva, afán de aniquilarla. Pero lo que existe no se borra con palabras; ojalá fuera posible en el caso de existencias abominables, el terrorismo, por ejemplo, disfrazado por los asesinos y voceros como lucha armada; y también el caso de realidades aflictivas, como la ceguera, tontamente disimulada con invidencia; ha hecho bien la ONCE en llamarse así, en conservar esa c de los ciegos que mantiene descubiertos sus ojos (Lázaro Carreter, 2003, p. 554).
Se puede estar de acuerdo o no con estas palabras, pero lo cierto es que sitúan la cuestión de los eufemismos en un territorio en el que el lenguaje no puede cambiar la realidad. No obstante, esta es tan solo una visión de los eufemismos. Resulta de innegable utilidad el empleo de expresiones que sustituyan a otras que se consideran palabras tabú, es decir, palabras que se consideran censurables por sus connotaciones. Por ejemplo, cada vez existe más tendencia a censurar el uso de la palabra negro, a pesar de que en el Diccionario de la lengua española, en su quinta acepción, tenga el siguiente significado: ‘dicho de una persona o de la raza a la que pertenece: de piel oscura o negra’. Algunos eufemismos para sustituir a tal término: persona de color o persona de piel oscura/morena. Lo mismo se puede aplicar a la palabra gordo; preferiblemente, se sustituye por expresiones como robusto, fuerte o —aplicando algún neologismo— fofisano. Y rizando el rizo, existen otras palabras, sobre todo aplicadas a mujeres: rellenita, ancha de huesos, mujer sin complejos…
Es evidente que el empleo de unos términos u otros no cambia las cualidades de los referentes. O dicho de otro modo, evitar llamar gordo a alguien no lo convierte automáticamente en delgado, pero sí denota cierta cortesía, respeto y decoro. Del mismo modo que, en un entierro, los familiares cercanos pueden decir que el fallecido —eufemismo de muerto— ha pasado a mejor vida, en una expresión eufemística que permite omitir la referencia a la muerte o al verbo morir. En el mismo contexto, resultaría impropio decir que el familiar ha estirado la pata, pues se consideraría un comentario irrespetuoso e, incluso, satírico. Este último ejemplo engrosa la lista de disfemismos, que son aquellas palabras o expresiones que se utilizan en sustitución de otras con el propósito de añadirle cierta carga peyorativa, como ocurriría con el empleo de cacharro en lugar de móvil o maquinita en vez de videoconsola. Es decir, mientras que el eufemismo pretende disfrazar la realidad a la que se alude mediante una palabra tabú, el disfemismo opera de forma contraria: realza el carácter ofensivo de las palabras tabú. Si líneas atrás decíamos que un eufemismo de gordo es robusto, el disfemismo de gordo sería, por ejemplo, expresiones como gordito o fofo.
En definitiva, el uso de los eufemismos es necesario por una cuestión tan sencilla como que el lenguaje también es una actividad social, de tal forma que se requiere cierto respeto entre los hablantes. Un uso «moderado» de los eufemismos es necesario; si se reduce al absurdo esta cuestión, pronto nos daremos cuenta de que la propia actividad de hablar acarrea, inevitablemente, que aparezcan conflictos que han de resolverse en y con la lengua. Ojalá pudiéramos obviar ciertas palabras para que desaparecieran las realidades a las que hacen referencia. Aunque, por el momento, no parece el caso.
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